Estaba tan bien montado, tenía jugadores tan brillantes que parecía a prueba de autodestrucción. Pero si un club ha hecho históricamente un arte de hacerse daño a sí mismo ese es el FC Barcelona. Al cara de imbécil y cerebro de pez llamado Josep Maria Bartomeu le tomó seis años. Bien ayudado por gente que hasta terminar de hacer caca al club que preside le llevó más tiempo de lo necesario, la junta directiva del Barça por fin parece haberlo logrado.
Antes de que la masa social más contradictoria, irreflexiva y mal agradecida del mundo futbolístico votara por Sandro Rosell y mucho antes de que respaldara su bochornosa gestión al hacer presidente a Bartomeu; el Barça lo tenía todo: estilo, orgullo y cantera. Mentirosos como Trump, macabros como Putin, tramposos como Evo Morales, incapaces como Peña Nieto y rencorosos como López Obrador, hicieron del Barça un hazmerreír que da pena.
Desde que dejó ir a Pep Guardiola en 2012, el equipo extravió una cosita en cada partido, en cada práctica. Primero empeñó el perfeccionismo y hoy ya no le queda ni el sentido de la vergüenza.
Era cuestión de tiempo. El cáncer que se ha venido incubando a nivel institucional forzosamente extendería su metástasis hasta el corazón de la cancha. Las grandes victorias, cada vez más esporádicas y con menos brillo que ha conseguido Lionel Messi sólo han logrado camuflar la realidad de un club en franca decadencia. Es increíble la capacidad que tuvo la alfombra para esconder tanta basura. Pero ya no cabe más.
Durante décadas, cuando el Barça perdía (y vaya que era asiduo en la derrota), aún le quedaba una identidad que vendió a cambio de, con todo y todo, continuar a 8 Copas de Europa y 7 Ligas del Real Madrid, a quien eso sí, ha reemplazado exitosamente en su papel de gran bufón del futbol europeo.