Amanece a las 3:30 de la mañana en Donetsk. El sol primaveral alumbra, pero no protege del frío hasta bien entrado el mes de junio. Nery se despierta maldiciendo a las cortinas y luego de ir al baño enciende su primer cigarro del día. Por la tarde viajará con sus compañeros hasta Estambul, donde mañana se juega la gran final de la Copa UEFA. La misma que alzó Hugo Sánchez hace 23 años… y que Castillo verá desde la tribuna.
Pensando en el partido más importante de su historia, el Shakhtar jugó el domingo contra el Zarya con un equipo formado por suplentes. Ni siquiera bajo esas circunstancias Nery fue convocado. Aunque su técnico Mircea Lucescu habla español, no le dirige la palabra ni por error. Castillo es, además del jugador más caro en la historia del club (20 millones de Euros), el futbolista más problemático con el que ha debido lidiar el veterano rumano. De él le disgustan sus lesiones, sus viajes, sus poses, su falta de compromiso y hasta su manera de mascar el chicle.
Llegados al aeropuerto, los lugareños despiden cálidamente a sus héroes Jadson, Srna y Fernandinho. Hasta el boliviano Martins recibe muestras de afecto, mientras Nery pasa tan inadvertido como el kinesiólogo del club.
No encontrarán estadísticas más deprimentes que las suyas en el panorama internacional. La última vez que jugó los 90 minutos de un partido fue hace dos años con el Olympiakos. A partir de ahí, sus máximos logros han sido anotar dos miserables goles (uno de penalti), y completar 71 minutos en un Manchester City –Tottenham.
Tras la ilusionante Copa América 2007, Nery Castillo no ha hecho ni medio mérito para ser seleccionado nacional. Dramas personales, descuidos y malas compañías lo han convertido en un espectro. Sólo en México nos creemos que sigue siendo futbolista.