Nadie se acuerda de lo que hizo Al-Jazira en la edición antepasada del Mundial de Clubes. La mayoría de los entendidos ni siquiera saben a cuál de entre todos los países árabes pertenece el club que tuvo al Real Madrid 1-1 hasta el minuto 82 de aquellas semifinales. Un año antes, en 2016, el Kashima Antlers había subido el listón de las derrotas dignas al aplazar hasta tiempos extra de la gran final su irremediable degollación a manos del altivo campeón europeo.
Ayer en Doha no ocurrió nada extraordinario. Otra vez un equipo mexicano (quizá sería más preciso llamarle combinado mexicano-argentino-colombiano… reforzado con un paraguayo) compitió hasta el límite con un rival que, más allá de las palabrerías previas, a la hora de publicar la alineación, irrefutable prueba para evaluar el respeto de un equipo hacia otro, decidió menospreciarlo.
El mejor equipo del mundo tenía agendados tres compromisos en una semana: Aston Villa, Monterrey y Flamengo. Para disputar la Copa de la Liga dejó en Inglaterra a un equipo C. Reservó su once de gala para la final del Mundial y en medio de ambos partidos se limitó a echar mano de su portero, lateral izquierdo y delantero titulares que, junto al capitán improvisado en una indómita posición de defensa central y siete suplentes alrededor fueron zarandeados por el club norteamericano hasta que Mané, Alexander Arnold y Firmino salieron a jugar al recreo.
Lo ocurrido en el Liverpool – Monterrey entristece, pues corrobora que no importa cuan conmovedoras, cuan repetidas, cuan heroicas, cuan ya meritas sean las proezas de nuestros equipos en el escaparate internacional; el hecho es que no ganan. Y como no ganan, no los respetan. Incapaces de aprovechar ese menosprecio para propinar una lección que siente precedentes, la narrativa de la gesta sin materialización, la historia del «ya casi» se repite una y otra, y otra vez.
La penúltima edición del moribundo Mundialito en su versión anual confirma que las diferencias entre los campeones de Asia, África, Concacaf y Conmebol son mínimas: todos tienen un nivel similar. Sin embargo, la distancia con el monarca de la Champions League es tan sideral que, no importa cuántos sustos se escondan detrás del palmarés: los europeos no aprenden de sus excesos de confianza, ni tampoco pagan por ello. Tan evidente es que Liverpool subestimó al Monterrey como que al final, las cuentas le salieron.