Cruz Azul está enfermo. Su patología es crónica y las burlas que ha sufrido durante más de 20 años no han hecho más que hundir su autoestima. Nadie elige ser adicto. Pero la repetición en el patrón de conducta del equipo a través de los años en momentos clave reúne sobrada evidencia para el diagnóstico: Cruz Azul es adicto a perder y no lo puede controlar.
Todo adicto requiere de un suministrador que facilite el acceso a su vicio. Y el América es, desde el primer día, su proveedor principal de derrotas. Aunque el verdadero enemigo de Cruz Azul, su verdadera némesis se llama Cruz Azul.
La final del Apertura 2018 fue un absurdo remake de la 1994-95. Entonces, tras una campaña espectacular, Cruz Azul elimina a Pumas y América en liguilla. Su rival en la final es Necaxa: dos partidos en el Estadio Azteca y oportunidad inmejorable para acabar con 15 años de maldición. En el de ida ambos equipos permanecen inmóviles; en el de vuelta, solo Necaxa se inmuta. Dos a cero en medio de la inexplicable parálisis azul.
Tras arrasar en los setenta, Cruz Azul ha jugado 11 finales de Liga y perdido diez. Contra León en 1997 cae 0-1 de visitante, juega fatal y presa de la frustración, Guadalupe Castañeda deja a los Cementeros con un hombre menos para el tiempo extra. León va a ganar esa final. Entonces a Flavio Davino no se le ocurre nada mejor que echarle agua a Lupillo y salir expulsado también. Después Ángel Comizzo, con el balón totalmente controlado, patea el rostro de Hermosillo en el suelo. El resultado alteró la narrativa, pero penal aparte, Cruz Azul tampoco hizo nada por ganar en el que fue su único éxito.
Hacer predicciones en el futbol es un ejercicio de alto riesgo. Las estadísticas engañan, las dinámicas cambian en un instante, la fortuna conspira contra los predecible. Pero apostar contra Cruz Azul no conlleva margen de error. Hablamos de un equipo verdaderamente invencible que, no importa cuánto lo intente, es absolutamente incapaz de vencerse a sí mismo.