Que el campeón de la Liga MX caiga ante el monarca de la MLS puede resultar medianamente anecdótico. Que un toro neoyorquino atropelle a un perrito fronterizo es un evento natural en cualquier otro contexto. No obstante, acontecidas las históricas eliminaciones del martes, los jinetes del Apocalipsis cabalgaban hacia el estadio de Chivas.
Guadalajara, el peor de los representantes mexicanos, el equipo que no ganaba en casa desde octubre (obviemos el partido contra Cibao, por favor), el que no tiene extranjeros que le protejan era el único que podía salvaguardarnos el pellejo. Si Seattle ganaba, empataba o perdía por un gol de diferencia, estábamos fritos.
Uno, porque la blanqueada de tres a cero en los choques MLS – Liga MX habría conseguido deprimir a la tristeza.
Dos, porque más allá de los hechos coyunturales que determinan hacia qué lado de la balanza se inclina una eliminatoria, ganar los tres duelos directos habría derrumbado el muro psicológico y el complejo de inferioridad con que se topan nuestros vecinos cada vez que enfrentan a un club mexicano.
Tres, porque para bajarle los humos en semifinales y final a los norteamericanos del norte ya solo contábamos con el América. Y eso es como tener que elegir entre la mujer barbuda y el hombre elefante.
Pero Chivas nos salvó. Estuvimos a 45 minutos de creernos que la MLS había crecido, que la amenaza era real, que su trabajo había recogido frutos. Y lo peor de todo es que ellos también se lo hubieran creído y entonces, a partir de 2019 ya nada habría sido como antes.
Todo volverá a la normalidad si América y Chivas echan a Toronto y New York en semifinales. Las eliminaciones históricas entre equipos de la Liga MX y de la MLS en la versión moderna de la Concachampions se saldarán con un aplastante 26-4. Un equipo mexicano representará a la confederación por decimotercer ocasión consecutiva en el Mundial de Clubes. Y el cuento de lo mucho que ha crecido el soccer en Estados Unidos permanecerá un año más en el mundo al que pertenece: el de la ciencia ficción.