El ojo engaña. Está científicamente demostrado que cerebro y mirada suelen confabularse para alterar nuestra percepción de la realidad en variopintos escenarios. Una de las ilusiones ópticas más repetidas en los tiempos modernos es la falta dentro del área: un penal clarísimo deja de serlo tan pronto como se muestra la segunda repetición, desde un ángulo diferente y a cámara lenta. Es la misma jugada, pero la existencia de la falta depende completamente de la toma.
«Eso es lo bonito del futbol, que cada quien tiene interpretaciones distintas», suelen vociferar los mamarrachos que abundan en este negocio. En realidad, la falta de certeza originada por la ambigüedad con la que está redactado un reglamento que se acoge en la mayoría de los incisos a la interpretación del pobre árbitro, es lo más grotesco, primitivo y retrógrada que tiene el futbol. Y no la ausencia de la mil veces mentada tecnología.
Durante cualquier partido acontecen un sinfín de decisiones arbitrales
desafortunadas y la ansiada tecnología, tal como nos la presentan, apenas intentará resolver unas cuantas, las que se considera tienen implicación directa en el resultado. Sin embargo, el futbol es una sucesión de movimientos destinados a generar lugares donde desarrollar el juego. Cada contratiempo es igualmente relevante en la medida en que altera el tejido con el que se busca llegar a gol. Una falta no señalada en medio campo cambia un partido entero, sobre todo si minuto y medio después cae un gol. Paradójicamente, el noble afán de repartir justicia a través de la tecnología implica necesariamente atropellar al perjudicado, que estará en todo su derecho de reclamar aquella falta previa ignorada en el centro del campo.
El árbitro, ese desprotegido, necesita ayuda, pero la tecnología poco puede hacer por él. Tómense la literal molestia de leer la regla 12 y sabrán lo que les digo. ¿Qué es exactamente una mano deliberada? ¿Cómo se mide cabalmente una entrada imprudente o una disputa temeraria? ¿Qué diantres se invoca con el «espíritu del juego». Redactar desde cero un nuevo reglamento, con lenguaje nítido y sin semejante latifundio gris destinado a la interpretación es la aburrida solución.
Por supuesto, los errores seguirán existiendo, pero al menos todos tendremos claro cuándo se equivocó el árbitro y cuándo no. Solemos olvidar que cada arbitraje que acuchilla a nuestro equipo compensa a aquel que nos regaló la victoria del otro día. ¿Justicia: De eso se encarga el tiempo. Y de modo infalible.