«No eghes tú, soy yo», zafó el Tuca. «Como te vuelvo a repetir, me encantaría pero no me dejan», alegó La Volpe. «Ich nicht habla espaniol… ni inglés… ¡ni alemán!», bramó Klopp. Mucho más cortés, aunque repetitivo fue Sampaoli: «Grabá tu mensaje después del tono…». Bielsa, alterado y con los ojos fuera de órbita, les cantó Feliz No Cumpleaños (la rola del Sombrerero Loco), una vez que su choro mareador para que se largasen no surtiese efecto.
Si hace dos días hubiésemos preguntado a 100 mexicanos por personas apellidadas Osorio, la respuesta más popular habría sido el pelado que anduvo padroteándose a Niurka. En segundo lugar del tablero aparecería el brillante Secretario de Gobernación al que se le escapó el Chapo. Al final, unos tres despistados se habrían acordado de aquel cruzazulino que en Sudáfrica hizo famoso a Higuaín con un pase de lujo. Juan, Miguel Ángel o Ricardo sumarían puntos; responder Juan Carlos sólo te haría un idiota a los ojos de Marco Antonio Regil.
Reconozco que nunca he prestado al futbol brasileño la atención que merece, pero marchar quinto y a 15 puntos del líder cuando en tu equipo tienes a Pato, Ganso y Michel Bastos no inspira ningún guión de película. Menos aún cuando la temporada pasada, dirigido por Muricy Ramalho, Sao Paulo acabó segundo.
Expuesto lo anterior, a Osorio deberíamos otorgarle el beneficio de la duda. No en un ejercicio de ética porque ignoramos de quién se trata (que también). No por darle al extranjero lo que negamos al mexicano. No por ser el cerebrito que dicen que es. Sencillamente por velar la precaria salud del futbol mexicano, siempre con la soga del último resultado alrededor del cuello.
Directivos, jugadores, medios y aficionados aquí seguimos. Nuestra obra maestra nada más tritura entrenadores. Da igual si son nacionales o extranjeros, jóvenes o viejos, pobres diablos o embusteros, consagrados o -aunque sea para variar- perfectos desconocidos.
A los que reniegan de Osorio porque no ganó nada lejos de su mediano país, habría que indicarles que al menos los técnicos colombianos poseen la ambición y coraje del que carecen sus colegas mexicanos: Fueron Luis Fernando Suárez y Reynaldo Rueda quienes dirigieron en el último Mundial, en lugar de Ambriz o Meza. Fue Jorge Luis Pinto y no Miguel Herrera el que llegó hasta el quinto partido. Óscar Pareja es el entrenador más efectivo en la historia de su club en la MLS, al revés que Chelís. Bolillo Gómez es un entrenador reconocido internacionalmente, a diferencia de Vucetich. En Colombia todos siguen los pasos de Maturana; en México nadie explora el sendero de Aguirre. Ahora se aguantan.