Hoy es mi cumpleaños. Quien me conoce sabe que semejante anécdota me deprime gravemente. Y cuando estoy deprimido únicamente la pereza es capaz de consolarme. De modo que aplico lo de cada tanto: reciclo, copio, edito una coma, cambio alguna palabra (¿por qué habré usado un término tan chafa…? ¿De verdad Barak, a esto le llamabas escribir bien?), actualizado, pego y envío. Al fin y al cabo mis traumas se mantienen impolutos con el paso de los años. El crimen perfecto.
Cumplir 34 es jodido. Prendes el estéreo y resulta que tus canciones son tan viejas que ya tienen cóvers. Enciendes la tele y en el zapping te reencuentras con los Thundercats en el canal de niños. En tus tiempos eran el non plus ultra de la modernidad en caricaturas; ahora parecen dibujitos del siglo pasado. Y lo son, de hecho.
Roger Federer pudo haber sido tu compañeros de salón, las viejas más buenas de las revistas entraban a primaria cuando tú ya estabas en la universidad.
Cuando te piden tus datos en Internet, la opción 1981 cada vez queda más abajo en la pestaña de fecha de nacimiento. Luego calculas que 34 x 2 son 68 y entonces sabes que ya vas como a la mitad de tus días.
Italia ’90 fue tu primer Mundial, Inglaterra ’66 te evocaba a la prehistoria. Mejor no hagas cuentas, no vayas a descubrir que ahora Walter Zenga está justo a la mitad entre Lev Yashin y Thibaut Courtois en la inexorable línea del tiempo.
El 95% de los futbolistas ya son más jóvenes que tú. Los que debutan hasta podrían ser tus sobrinos. Y ya no hay más que decir. Borrarías todos los lloriqueos escritos, lamentas haber hecho perder el tiempo de tus tres lectores y medio, pero ya es demasiado tarde para ello. Adjuntar archivo. Aceptar. Send.