Unos le llaman suerte. Para otros, lo suyo es pura fortaleza mental. El resto sabemos que, más allá de percepciones adulteradas por el resentimiento o de radiografías ostentosas que desentrañan sus limitaciones y virtudes balompédicas, existen dos evidencias principales que esclarecen el misterioso éxito de Javier Hernández. Éstas son: su testículo derecho y su testículo izquierdo. Chicharito se guarda en el escroto unas gónadas de dimensión espectacular.
Por ello es uno de los apenas tres mexicanos de todos los tiempos que han destacado en un gigante europeo. Segundo máximo anotador del Manchester United durante tres temporadas consecutivas. Siete partidos como titular en el Real Madrid y 6 goles. A las puertas de su segunda final de Champions League. Autor de tres tantos en tan solo 244 minutos disputados en Copas del Mundo.
Unos cuantos años en el futbol mexicano le bastaron para igualar el palmarés del celebérrimo Cuauhtémoc Blanco: una Liga y un título de goleo. Con menos ruido que el flamantemente ídolo retirado ambos suman 39 goles en selección… con el detalle de que Hernández tiene 26 años. Como deja constancia el párrafo anterior, Hernández ha anotado en los Mundiales el mismo número de goles que Cuau, aunque con menos oportunidades y sin tirar penales.
Un amplio sector de los aficionados al futbol aseguran que Hernández es un tronco que entrena con el Real Madrid por obra y gracia de la mercadotecnia. Es evidente que Chicharito sufre en conducción de balón, carece de precisión milimétrica en el pase y que fuera del área se siente más incómodo que un negro en la convención anual del Ku Klux Klan.
Karim Benzema tiene todas esas cualidades y más, pero es una exótica especie de tigre vegetariano. Hernández no es más que un menudo lince, aunque en el interior de esa mansa apariencia minina habita un felino bebedor de sangre. Desmarque, aceleración y tenacidad. Instinto y reflejos en la frontal del área chica. Es en el diminuto rectángulo, y no en el de 115 x 68 en donde Hernández es el rey de la jungla.