¿Cuántas veces hemos añorado repetir un día de nuestras vidas? Rebobinar el tiempo y volver al instante justo para decir esa palabra que no acudió al rescate cuando más la necesitábamos. O quizá despertar de nuevo y cambiar esa estúpida decisión que lo jodió todo. Regresar a la jugada que nos esclaviza, sin importar si fue en la Champions League o en el inter barrios de futbol 7: resetear aquel penal y tirarlo como dios manda, apuntar sin misericordia a la cabeza del portero en lugar de intentar la vaselina, o regatear por dentro a ese último rival que nos robó las llaves de la gloria.
Los universos paralelos existen. Es bien conocido por todos que tenemos un gemelo perdido en alguna galaxia. Ayer en Madrid se pararon once hombres bien dispuestos a sacar el empate, o hasta el 2-1 en contra. A mi entender no lo hicieron mal. Más allá de haber cumplido con creces su objetivo, el equipo inglés hizo un partido inteligente, libre de complejos y hasta moderadamente valiente. Estuvo eso sí, lejos de ser ambicioso, atrevido o brillante. ¡Que por algo es el Manchester United, carajo!
A la misma hora, pero seis horas después (tiempo que le tomó a la luna asomarse en Buenos Aires) los Diablos Rojos tuvieron una segunda oportunidad para ser todo lo que no pudieron, ni quisieron ser en Madrid. Está fuera de debate que Enrique Meza es el Alex Ferguson del Toluca. Visitaban respectivamente a El Virrey y a The Special One, leyendas del mismo vuelo. El Sir cumplió, el Ojitos triunfó.
No hay distancias que salvar. A pocos se les escapa que el único equivalente a las vitrinas del Bernabéu yergue en la Bombonera. O que la Champions es a merengues lo que Libertadores a xeneises. Ganarle pues a Boca: a domicilio y en su torneo favorito, es igual a hacer que el Madrid doble la rodilla en su feudo. Se necesitan 22 güevos, sólo para empezar. Y créanme que el Manchester los puso, nomás que les faltó Sinha.