¡Qué complicado resulta explicar con palabras televisivamente correctas las virtudes del futbol griego! Tesón, fe, voluntad, garra, lucha, empuje, convicción, tenacidad, resistencia… y ningún término se acerca al concepto que realmente lo define: G-Ü-E-V-O-S. Y así de grandes.
La historia de Grecia bien puede resumirse en los pensamientos de gente como Sócrates, la prosa y los versos de tipos como Homero, y las cuentas de otros genios como Pitágoras. Filósofos, literatos, matemáticos, astrólogos… y guerreros. Karagounis ya puede ir reservando su mausoleo en el Olimpo, junto al Rey Leónidas, el de la película 300. De hecho, el tráiler de ese filme y el resumen de cualquier partido de Grecia son como dos gotas de agua.
Toda la Euro navegó contracorriente. En la inauguración se quedó injustamente con uno menos, iba 0-1 abajo, empató y estuvo a un penal de darle la vuelta al local: en su casa y con su gente. En el segundo partido iba 0-2 en el minuto 6, en lo que fue el peor inicio para cualquier equipo en toda la historia de la Euro. Lejos de resignarse a la goleada, Grecia estuvo cerca de empatar. Contra Rusia por fin se encontró con el escenario que le acomoda: 1-0 arriba y a manejar a gusto el marcador, enlodar el partido, juguetear con los nervios del rival y dejar que pase el tiempo, a sabiendas de que el dios Cronos siempre jugará de su lado.
En la Euro 2004 Grecia nos dio una lección que juramos nunca olvidar: en el futbol todos pueden aspirar a tocar el cielo. Se puede ganar sin ser el mejor. Ninguna apuesta está perdida de antemano.
Y sin embargo, seguimos menospreciándolos a la primera oportunidad. Antes de darlos por muertos contra Alemania escribamos mil veces la máxima de Sócrates: Yo sólo sé que no sé nada. Yo sólo sé que no sé nada. Yo sólo sé que no sé nada. Yo sólo sé que no sé nada. Yo sólo sé que no sé nada. Yo sólo sé que no sé nada. Yo sólo sé que no he cenado.