Algo vio en él Óscar Ruggeri cuando le hizo debutar en 2001. Chivas jugaba contra La Piedad en la primera jornada y Arnoldo entró por Omar Bravo al minuto 70 para cubrir el lateral derecho. Había cumplido el sueño de tantos: formar parte del primer equipo.
Pero el segundo partido lo vio desde la banca, igual que el tercero. Para el cuarto no fue convocado y antes de la jornada 6 lo regresaron al Tapatío de Primera A, sin explicación mediante. Él no la pidió. Los siguientes 80 juegos del Guadalajara los vio por TV.
Ruggeri se olvidó de él, Daniel Guzmán le mandó a decir que se le había pasado el tren de Primera División. Pero Arnoldo siguió entrenando, defendiendo a muerte la horrible camiseta del Tapatío. Y dos largos años después volvió a debutar con Chivas. Entonces ya tenía 23.
Confieso que no me fijé en él hasta la Copa Confederaciones. Lo vi eludir a cuatro argentinos para llegar a línea de fondo en los tiempos extra, lo vi cagarse de risa al acomodar el balón en el manchón antes de anotar en la tanda de penales, le vi el físico a la hora de intercambiar su camiseta y hasta sus palabras en la entrevista me sonaron diferentes a las del resto. Supe que él sí triunfaría en Europa.
Lo acontecido después ya está en los anales de Wikipedia. Carlos Arnoldo Salcido se convirtió en el futbolista mexicano con mayor regularidad del Viejo Continente, fue con diferencia el mejor seleccionado nacional en Sudáfrica 2010, y hoy es ejemplo de rigor táctico, fuelle y precisión en el centro desde su arraigada banda izquierda.
Lo ideal es que Arnoldo se quede un rato más en una liga a su medida, como la Premier. Lo contrario, francamente me decepcionaría. Sin embargo, si opta por volver podrá hacerlo con el deber cumplido a diferencia de la mayoría de nuestros embajadores. Además, haga lo que haga, logre lo que logre, nosotros tan nobles y justos, siempre lo recordaremos en primer lugar como el cándido novio de Yamilé. Así es la vida.