Detecté una mezcla de emoción y seriedad alrededor de sus retinas. Tenía toda la pinta de serlo pero no, lo que me estaba diciendo no era broma. Aún así, por mero mecanismo de defensa solo atiné a escupir el mismo enunciado que lanzamos todos los mexicanos aquella mañana de abril en el instante mismo de escuchar la noticia: “¡Nooo!… ¿Te cae, güey?”
Después de la automática y fugaz etapa de negación, llegó la mesura: “Lo compraron solo por marketing”, ladraban unos. “Es como cuando el Milan se llevó a Pedro Pineda”, rumiaron otros. “Seguro lo ceden a otro equipo, como el Arsenal cuando compró a Vela”, rebuznamos los demás.
Llegó el día del debut, Chicharito entró de cambio e hizo esa cosa que tiene tres letras y tan bien se le daba en Chivas y selección: “Tranquilos… fue un amistoso.” Días después le anotó a sus nuevos compañeros, enfundado en la camiseta del Guadalajara: “Fue un show, todo estaba preparado.”
Vino el primer partido oficial: en Wembey y contra el Chelsea. A ver si a la hora buena tan chicho. Y metió el del gane. Luego marcó en Liga, en Copa, en la otra Copa, en Champions… y todavía algunos pesados invitamos a no dejarnos gobernar por la euforia: “Falta que lo tomen en cuenta para los partidos importantes”.
Entonces le anotó al Liverpool, sentó a Berbatov ante el Arsenal, y contra Marsella hizo lo que ya sabemos. Yo, en particular, no me quedo con ninguno de los dos goles, ni con las celebraciones de éstos, ni siquiera con la cara de ¡trágame tierra! del búlgaro en la banca. Mejor compro la postal de Remy, seleccionado francés, corriendo desesperadamente de lado a lado de la cancha hacia el túnel para conseguir la camiseta del mexicano.
Fue en ese instante cuando me decidí a abandonar las filas de la prudencia, desmarcarme de aquellos que en nombre de la cautela confunden sensatez con menosprecio.
El Chicharito no ha jugado ni cien partidos como profesional y con eso le basta para superar a cualquier otro delantero mexicano que no responda al nombre de Hugo Sánchez. Por eso tenemos derecho a que nos vuelva locos. El presente y pasado del futbol mexicano no da para más.