Agosto doce… 12 de agosto… 12-8… El bombardeo propagandístico es tan agudo que hasta el más perdido en la materia (mi suegra de Ciudad Obregón, para mayor referencia) sabe qué acontecerá en esa fecha. Aunque tan solo veremos un partido vulgar entre dos selecciones del montón, nunca un juego de futbol tuvo tanto tiempo de generar semejante expectativa en un pueblo.
Lo ocurrido antier en Nueva York influye tanto en el resultado que se avecina como un partido jugado en el Play Station: vencer 0-5 a Estados Unidos produce un enorme deleite en ambos casos, y no por ello deja de ser ficción.
Ganar la Copa Oro sin pase a la Confederaciones equivale a salir vencedor del Hazme Reír, Desafío de Estrellas o demás esperpentos. Aunque todos se tapen ojos y oídos, en la final del domingo se enfrentó un combinado de la selección A y B de México, contra una selección C de EU; en un juego con tanta trascendencia que Televisa y TV Azteca prefirieron narrarlo desde sus sofás, en lugar de trasladarse al país vecino. La victoria fue tan predecible como contraproducente de cara al partido real.
Jugadores, aficionados y colegas pueden auto engañarse lo que les dé la gana, pero no está de más recordarles que, si EU decidió asistir con una selección casi amateur a la Copa Oro fue para dar descanso a los 20 futbolistas que en Sudáfrica acabaron con el sempiterno invicto de España, entre otras proezas, mientras los nuestros se sacaban los mocos frente a la tele.
Si perder la final tras ganarle 2-0 a Brasil parecía acumular en ellos suficiente sed de venganza, ahora imagino a Bradley, Onyewu, Dempsey, Howard y Donovan verdes de impotencia por confiarles sus camisetas a tan torpes relevos. A favor de México jugará la mística del Estadio Azteca, pero no el factor anímico. Ese está del lado de EU.