Las juventudes mexicanas se dividen en tres grandes facciones. Aquellos a quienes la licencia de nuestros años mozos está por expirarse, recordamos perfectamente el billete de 5mil pesos a colores, seguramente el primero que por su escaso valor, nuestros padres nos permitieron poseer. A la población medianamente joven sólo le tocó la versión en tonos cafés de tan entrañable papelito, antes de que los niños héroes murieran por segunda vez para dar luz a los horrendos Nuevos Pesos. Los jóvenes-jóvenes en cambio, sólo conocen de oídas a Juan Escutia, Fernando Montes de Oca o Juan de la Barrera. Y eso si son chilangos y lo suficientemente acomodados como para echar rostro por las calles nombradas en su honor en la pomposa colonia Condesa.
No hay bronca. En 2005 surgió una nueva gama de heroicos nenes: Sergio Arias, Omar Esparza o Pato Araujo rotularon sus nombres con tinta indeleble en una juventud sedienta de inspiración. El portero fue el primero en aventarse al vacío desde el tabique al que se subió, los otros se acomodaron en la medianía hasta que, enrollados con moño y bandera, los mandaron a equipos de su tamaño.
Carlos Fierro, líder espiritual de la tercera camada de niños héroes, corrió idéntica suerte. A los cadetes Julio Gómez, Giovanni Casillas, Luis Solorio y José Tostado se los tragó la misma tierra que se engulló a leyendas de bronce sub 20 como Kristian Álvarez, Cubo Torres, Chatón Enríquez y Ulises Dávila.
El azar, los malos consejos y los filtros naturales que atraviesa cualquier profesional se confabularon para estancar sus carreras. Denunciaríamos sin atisbo de duda a los malditos naturalizados como culpables de truncar sus sueños… de no ser porque todos los enlistados malograron su carrera en Chivas: esa reserva natural de nuestro futbol a prueba de extranjeros y «mexicanos por conveniencia».
Reducir el número de foráneos y limitar los privilegios de aquellos futbolistas mexicanos que adquirieron la ciudadanía por métodos distintos al del nacimiento es una burda casería de brujas. Los jóvenes-viejos aún podemos recordar aquellos tiempos en que se permitían cuatro extranjeros por equipo, luego se amplió a cinco, con la salvedad de que el partido se jugara en el DF, por un absurdo decreto presidencial. ¿Y saben qué? En esos tiempos tampoco llegábamos al quinto partido.