Sabes que un equipo hizo época cuando sus derrotas causan más revuelo que sus victorias. Y este Barcelona ha dado más de qué hablar cuando falla en el intento de conseguir la Copa de Europa que cuando la alza a los cuatro vientos.
Al Barcelona ayer le faltó un plan B, dicen. Sin embargo, si algo ha hecho grande a este equipo es precisamente la renuncia innegociable a un plan B. El Barça toca, toca, toca y toca. Insiste hasta que tarde o temprano, el vecino más renuente termina por abrirle la puerta. Sin embargo, hay veces en las que el timbre no sirve, y aún en esos días nunca lo verás gritar, golpear o intentar abrir la puerta a patadas.
Cabe entonces preguntarse si lo que le faltó ayer al Barcelona no fue simplemente un plan A. Hasta ahora el Barcelona del auxiliar de Guardiola (o mejor dicho: del auxiliar del auxiliar de Pep) había ganado en automático, pero no le había ganado a nadie. En toda la temporada enfrentó a un solo rival de jerarquía (Real Madrid) con saldo de una victoria, dos empates y una derrota. Llegó el segundo contrincante de peso y continuó la tendencia negativa.
Frágil al contragolpe y endeble a balón parado, el Barça no es lo que era con Guardiola. Eso se hizo evidente en San Siro pero ya manifestaba síntomas más o menos claros desde mucho antes. Mantiene el balón, sigue generando ocasiones de gol, pero ya no domina espacios y tiempos con la magnificencia de antaño.
¿La remontada es posible? Sí. Porque el Milan no trae otra cosa más que la camiseta. Ya se sabe: el PSG compró todo lo que le quedaba, menos su esencia. Esa se mantiene intacta desde aquella noche de 1994 en Atenas, cuando doblegó al Barcelona de Cruyff 4 goles a cero.