Lo saben mis familiares y amigos más cercanos. También mis ex compañeros de trabajo en TV Azteca. Alguno que otro por ahí se habrá enterado de oídas. Y nadie más. Nunca lo menciono porque no suele venir al caso y porque en ello no tuve más mérito que mi buena suerte. No soy ningún héroe.
Nunca en la vida levanté una Champions en Wembley, no acabo de anotar el gol del triunfo contra el Real Madrid, ni ganaré en toda mi carrera lo que él percibe por una sola temporada. Sin embargo, Abidal y yo compartimos la victoria más significativa: imponernos al cáncer… al menos en el primer encuentro. Es quizá por ello que su éxito me conmueve algo más de la cuenta.
Diez días antes de orientar un balón precioso con la denominación de origen de Lionel Messi, y ponerlo fuera del alcance del mejor portero del mundo para el 1-2 final, Abidal visitó junto a sus compañeros una clínica infantil. En uno de los cuartos estaba internado un niño del que ya le habían hablado. “Tienes en el cerebro lo que Abidal tuvo en el hígado y mañana te lo van a quitar”, le comunicó su padre, quien no halló mejor modo de abordar el tema. Cuentan que el niño no lloró. Sólo pidió: “Papá, cómprame la playera de Abidal”. Al día siguiente, acudió a la intervención con el jersey del defensa.
Meses después, Abidal se topó en la clínica con la camiseta número 22 colgada a un lado de la cama del niño. No se limitó a sonreírle, a acariciarle la cabeza sin pelo y a decirle “todo va a salir bien” como suelen hacer los futbolistas en estas incómodas visitas. Eric lo abrazó efusiva y cariñosamente durante varios minutos y lo besó hasta el cansancio. «Vamos, vamos, hermano, que yo estoy aquí para animarte.” Al final se quitó su Rolex de 30mil Euros y se lo regaló al padre.
Eric no es grande por sus buenas condiciones balompédicas, pues como él hay varios. Tampoco es único por luchar exitosamente contra el cáncer, como tantos otros deportistas. Ni siquiera es especial por haber anotado en el Bernabéu, pues eso ya lo hicieron casi todos sus compañeros del Barça. La grandeza de Abidal radica en su extraña dualidad: ser futbolista y humano al mismo tiempo.