Figurines que abandonan 48 horas la concentración a media competencia por no avisarles a sus respectivas hermanas que, en aras de obtener el pase a la Confederaciones, quizá era buena idea programar sus bodas para el mes de julio. Jugadores que, salvo uno, cobran por simplemente rellenar los planteles de algunos clubes europeos de medio pelo. Una selección a la que en definitiva le queda grande la identificación de Gigante de Concacaf. Tranquilos, esta vez la Contracolumna no lleva jiribilla incluida. No me refiero a la tradicionalmente caótica selección nacional de los Estados Unidos Mexicanos, sino a la de Estados Unidos a secas.
El Soccer en los States ha dejado de crecer. Tienen un buen técnico, mejores directivos y una prensa que los deja en paz. Parece que con eso bastaría, ¿no?… Pues no, porque aún carecen de lo principal en este negocio: aficionados y futbolistas. Nueve años después de la victoria más importante de su historia, Estados Unidos sigue requiriendo de jugadores nacidos en otras latitudes (Bedoya, Agudelo…), continúa aguardando pacientemente la explosión del nuevo Pelé Fraude Adu, su defensa es tan mala como siempre, y su manual de jugadas ofensivas no se ha actualizado desde 2002.
Expuesto lo anterior, valdría la pena que nadie se confunda: en la Final Estados Unidos es tan favorito como siempre. Ellos no son superiores, pero nosotros tampoco. Ambos equipos llegaron a la final con la pura camiseta, abanderando un futbol digno de la paupérrima área futbolística que encabezan.
México no está obligado a ganar la Copa Oro, porque si Estados Unidos no avanza desde 2002, nosotros no lo hacemos desde el ’93. Si la MLS no da color, la liga mexicana tampoco es que se vea en HD. Y aunque ahora tenemos a esa bendición llamada Chicharito, aquellos cuentan con Dempsey, que hizo básicamente los mismos goles en la Premier League.
A la Copa Confederaciones asistirá el menos malo. Y al día de hoy, ese sigue siendo el representativo del Tío Sam.