Cuando ascendieron el año pasado, nadie daba un quinto por ellos. El Necaxa era el candidato natural al descenso tan pronto como comenzara a arrastrarse por las canchas de todo el país. No tenía escapatoria.
Los catastróficos pronósticos de la prensa especializada se confirmaron en el Torneo de Apertura. Necaxa no hizo ni 20 puntitos y lo que es peor: perdió cuatro de sus últimos cinco partidos. Así las cosas, aún antes de jugar el Clausura, los apodados Rayos estaban sentenciados a volver de donde vinieron.
Nacido en la capital por ahí de la década de los cincuenta, el principal mal con el que ha aprendido a convivir el Necaxa es no tener quién le llore. A sus partidos en casa no acuden más de 5 mil personas sin quehacer y cuando el equipo sale de visita, la gente huye como de la peste. Los estadios a los que acude se vuelven cementerios.
Sin embargo, el Necaxa se resiste a la desaparición. Este torneo ha ganado partidos que parecían imposibles, ha sacado el orgullo, por momentos ha rozado la brillantez y si hoy hay quien lo pone en segunda es simplemente porque no sabe contar.
El Necaxa es antepenúltimo de la tabla, es decir: hay dos equipos con peor rendimiento. Así las cosas, le bastan unos seis puntos más para quedarse en primera división y con ello tapar un montón de bocas.
Con uniforme a rayas rojas y blancas, el Club Deportivo Necaxa es un equipo que por primera vez juega en la Liga Nacional (primera división). Fundado en Tegucigalpa por el embajador mexicano de la época, está a tres semanas de eludir el descenso, al que parece condenado el Deportes Savio. Solamente en Honduras el Necaxa tiene salvación.