Faltan escasos minutos para el cierre del periódico, y para variar tengo al tiempo en contra. ¿Y ahora qué escribo? ¿De quién hablo? ¿Qué digo? Estoy tan seco que, contrario a mis principios me iré por la fácil y hablaré del jugador de moda: ese que ya nos encontramos hasta en la sopa… sobre todo en la de verduras, junto a la zanahoria y la calabaza.
Me gustaría decir que todos se volvieron locos, que al chavo lo están inflando demasiado y que corre el riesgo de acabar más reventado que Omar Bravo o Kikín Fonseca. Pero no puedo hacerlo. Debo admitir que estamos ante un futbolista diferente, con una alucinante visión de juego, una técnica magistral, una velocidad delirante y por si fuera poco, con los pies bien amarrados al suelo.
No solo se trata de sus seis goles en los últimos tres partidos, que ya lo sitúan como líder de goleo. Su mérito radica en girar hacia el terreno de juego las miradas que últimamente acaparaba aquel millonario dueño, que en su vida ha pateado un balón. Y sobre todas las cosas, en haberle devuelto de forma intacta la ilusión a la afición rojiblanca, que esta vez veía muy lejos las posibilidades reales de ganar el título.
Yo no tengo la menor duda de que será el ‘9’ titular de la selección en Sudáfrica, y el mejor argumento para por fin llegar a semifinales. Me parece difícil que pronto fiche por el Barcelona o Real Madrid, pero sé que tarde o temprano tendrá que optar a premios tan importantes como el Balón de Oro o el FIFA World Player. Si sigue como hasta ahora, ese es su ineludible destino.
¿Lo dudan? Para empezar es la figura del club más grande del país, y no me sorprendería que de su mano, logre consagrarse campeón continental a mitad de año (no olvidemos que ya está en octavos de final).
En fin. No creo que a estas alturas del texto sea necesario aclararlo, pero con las prisas se me estaba olvidando: el jugador que me merece tanta devoción se llama Wayne Rooney, es inglés y tiene 24 años. ¿O de verdad hay alguien remotamente parecido?