El lobo es un desalmado oportunista. Si un elemento de la manada cojea, el resto lo devora vivo. El mínimo gesto de debilidad, un estornudo digamos, sirve como excusa para ser desmembrado por la pandilla. El arte de cazar un lobo no consiste en dispararle, sino en recogerlo antes de que los camaradas olfateen la sangre y asistan prestos a un banquete caníbal al que se apuntan hasta los hijos del caído.
Superada la Edad Media, aquel milenio caracterizado por el miedo, la ignorancia, el hambre y las epidemias de índole apocalíptico, los hombres seguíamos siendo iguales a los lobos, como certifica el testimonio de Thomas Hobbes. Cuatrocientos años después el lobo no ha evolucionado, mientras el hombre ha regresado al medievo. Hoy vivimos en la Edad (Social) Media, donde se juzga, se insulta y se acosa desde un búnker virtual construido con pseudónimo y avatar.
Yo aún jugué futbol en la calle. Pero alterné la banqueta, el drible a los transeúntes y el rescate de la pelota debajo del auto con los botones A y B del control de mi Nintendo. Pertenezco a una generación que es el último eslabón entre el niño que corría tras un balón y el que prefirió sentarse a mover muñequitos en el FIFA. Hoy los chicos se divierten viendo jugar videojuegos a otros chicos, desde youtubers hasta profesionales de los eGames, alcanzando un grado de apasionamiento que hunde en depresión al desafortunado que se tope con el colmo de la pasividad.
Si el hombre antes se entretenía viendo a gladiadores matándose con lanzas y espadas en el coliseo, hoy se regodea en el sangriento octágono de la UFC. Los que nos creemos menos bestias disfrutamos de la NFL, sin reparar en el crónico daño cerebral que sufre el 99% de sus jugadores. Todo sea por el espectáculo.
Al que se equivoca, aunque sea por primera vez, lo seguimos echando a los leones. El concepto puede no ser literal, pero la sorna y condena a la que se ve expuesto el pecador marca de por vida a quien cometa cualquier desliz en televisión o redes sociales. Google es el César moderno y los resultados del buscador marcan la dirección de su pulgar.
Mi admiración y respeto a Sergio Dipp: víctima trendy más reciente de nuestros absurdos tiempos.