“Los lazos culturales hacen que estemos con España… La sangre y el idioma nos unen a los mexicanos y a los españoles… Bla, bla y bla”. Los comentaristas de la tele están perdidos desde que yo era niño. Todos sabemos que lo que despierta la selección española en realidad es el visceral sentimiento de amor u odio típico del América. Y los antis son absoluta mayoría en ambos casos.
La herencia genética impuesta por Hernán Cortés siempre justificó nuestros vicios, errores, problemáticas sociales y hasta futbolísticas. “Es cultural. ¡Nos hubieran conquistado los ingleses!”, llegué a escuchar cada vez que perdíamos en penales. Pero en los últimos años nos movieron el tapete. Resulta que los que fallan penales y no ganan nada son precisamente los ingleses, que nada tuvieron que ver con nuestra colonización. “Nuestra colonización”, expongo por costumbre; pues siempre preponderamos que los mexicanos vivimos en la misma tierra que habitaron los aztecas, pero obviamos que el mestizaje y los siglos nos harían tan extranjeros en Tenochtitlán como lo somos en Madrid.
Por otro lado están todos aquellos que no pueden saludar a un español sin contarle extasiado que sus abuelos eran de tal o cual lugar… como si de veras eso pudiera interesarle medianamente a su interlocutor. De modo que es casi imposible alabar o criticar a la selección española sin que alguna de las dos partes se vuelque contra ti para ubicarte en la nómina del polo opuesto: los que arrastran el complejo de conquistados hasta sus últimas consecuencias, o los 83 tetos que acuden religiosamente para celebrar cada dos años en la Cibeles de la colonia Condesa.
Mientras en México somos incapaces de mirar a la Roja si no es a través de nuestras entrañas, el mundo se debate entre quienes de veras piensan que lo suyo es anti futbol. Que al jugar sin delanteros, Del Bosque le hace un daño irreparable a nuestro deporte; mientras el resto sostiene que si España se pierde entre tanto toque es sólo porque los rivales lo obligan con sus posturas ultra defensivas.
Y mientras polariza al planeta, la selección española no negocia sus convicciones basadas en una posesión fundamentalista que le ha permitido dominar al mundo tras décadas de intentarlo. Mientras Alemania se acostumbra a perder, España se habitúa a ganar. Aunque a la mayoría le joda.