Mi primer remedo de columna fue publicado en 1996 por una revista llamada Tiro de Esquina. El editor le puso: “Cruz Azul, ¿el equipo del ya merito?”. Creo recordar que en aquel documento describía su sangre descolorida, su pecho refrigerado a la hora buena. Tenía 14 años y no comprendía cómo podía contrastar tan radicalmente su comportamiento en temporada regular y en Liguilla. Hoy sé que simplemente lo lleva escrito en el ADN.
Diría que el guión es tan brillante, tan bien escrito, tan formidablemente escenificado que no me canso de disfrutarlo una y otra vez. Sin embargo son tan repetitivos, crueles, absurdos y previsibles los hilos que manejan el destino de Cruz Azul que ya no me divierte, mucho menos me conmueve el eterno infortunio al que está sometido.
Lo que más bien experimento es una especie de ansiedad ante su desesperante incapacidad de espabilar con el paso del tiempo. Me pone nervioso descubrir que sea estadísticamente posible perder tantos partidos cruciales con todo a favor, que la tragicomedia cementera se repita fielmente tres veces al año y que sus aficionados, tan habituados a la desgracia como al respirar, no se aprendan el ineludible final: Cruz Azul nació para fracasar. Ganó una Liga de las últimas 45… ¿cómo se atreven a llamarlo grande?
¿Que el sistema de nuestra liga es estúpido? Sí. ¿Que la Liguilla es un atentado a la excelencia? También. ¿Que Cruz Azul tuvo mala suerte? No. ¿Que fue injusta su eliminación? ¡¡¡Por Dios, no!! Las reglas premian a quien mejor las interpreta y una vez que los 18 clubes son cómplices de esta barrabasada, también conocida como “Gran Fiesta del Futbol Mexicano”, es igualmente meritorio acudir a ella de smoking y 51 puntos, o en pelotas tras sumar apenas 20. Una vez que estás dentro sobrevive quien mejor baila, y Cruz Azul con esa defensa y esa banca demostró ser, además de inapto, inepto por haberse esmerado tanto en la parte del torneo que vale madre.
Esta historia continuará (…tan pronto lo eliminen del Clausura 2011).