Lo pensamos, lo sabemos, lo decimos, lo gritamos: El futbol mexicano es una farsa.
“¡Ave María Purísima. El América da pena!”. Como si de veras fuera tan malo, cuando su verdadero pecado es tan solo ser un equipo como cualquier otro: ni mejor, ni peor… uno más del montón, incapaz de recuperar una jerarquía erosionada tras encadenar cientos de partidos insulsos.
“¡Diantres. Pumas no se reforzó!”. Como si no supiéramos que fichar o no da lo mismo. Universidad salió campeón hace menos de dos años con un equipo de medio pelo, y hoy es vigente semifinalista con ese mismo. ¿Para qué invertirle, pues?
“¡Oh, cielos. Fraude en Cruz Azul!”. Como si esa institución no se hubiera doctorado por décadas en el arte de defraudar a quien se deje… empezando por sus aficionados.
“¡Dios mío. Si el Bofo no se pone las pilas, se va de Chivas!”. Como si no llevara ya cinco años bostezando desde Tuxtla Gutiérrez hasta Johannesburgo. Como si el suyo, el de Arellano o el de Medina no fueran casos perdidos. Como si a alguien le importara… empezando por ellos mismos.
“¡Recontracáspita. El Monterrey tiene campeonitis!”. Como si el sistema de (in)competencia no lo consintiera. Si el liderato general valiera medio rábano, chance los Rayados no regalaban los seis primeros puntos en disputa.
“¡Recórcholis. El Necaxa va a descender!”, Como si un triste descenso fuera suficiente para condenar a todos los equipos que se han ganado a pulso su lugar en Primera A, Liga de Ascenso, o como quieran nombrar a ese cochinero.
Todos somos culpables de que este show llamado futbol nacional se recicle cada seis meses. Los directivos por mezquinos, los entrenadores por chambistas, los futbolistas por mediocres. Yo por perder el tiempo dedicándole estas líneas, y tú por haber perdido el tuyo leyéndolas.