Llegará el día en que el Real Madrid no pierda más. En que la hoy mínima probabilidad de que no remonte un resultado adverso en los últimos minutos se descarte de antemano por ley matemática. En que la única fórmula de vencerle sea mediante un margen de tres o más goles de ventaja sobre la raíz cuadrada de dos segundos de tiempo agregado. Y quién sabe.
El Real Madrid no ha escrito su leyenda ganando la Copa de Europa tantas veces como le ha venido en gana. En realidad, la mística del Madrid, su historia incomparable, se ha forjado en cada partido que ha ido perdiendo, preferiblemente dos goles debajo.
Son tantas sus remontadas, tal es la intimidación que ejerce en el rival, que no importa el escenario, ni las circunstancias del juego. Quien anota el 0-2 o el 1-3 en contra del Real Madrid, sabe tan pronto como ojea el marcador que, llegados el minuto 93, se romperá el encanto y el estadio entero se convertirá inevitablemente en calabaza.
Da igual echarse atrás como Villarreal o seguir atacando insaciablemente como Las Palmas. Es lo mismo que el Madrid juegue con 10 como ante los canarios o con 12 como contra los castellonenses… la remontada es ineludible. Al equipo que va ganando le entra el miedo y al estadio (cuando el Madrid es visitante) le entra el miedo y al árbitro le entra el miedo. Una atmósfera en donde todo el mundo está cagado menos un Real Madrid al que le fascina el olor a mierda y que, como tiburón con la sangre, no vacila cuando la olfatea.
La dinámica es irreversible. Mientras más veces repite una remontada heroica el Madrid, más condiciona y acondiciona el escenario para la siguiente. Sus partidos tienen el encanto hollywoodense, que te mantiene al filo de la butaca aunque sepas que al final el héroe, por negras que se las vea, siempre sale vivo. Todos adivinamos el desenlace de la historia, pero elegimos hacernos los tontos y nos sometemos a las falsas emociones. Como en las películas de acción, la trama, calidad y coherencia del guión son lo de menos.