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Príncipe azul

¿Existen las hazañas feas? Piénsenlo bien. Vencer al Barcelona en Stamford Bridge. Empatar en el Camp Nou con un hombre menos y un penal inventado. Golear al Tottenham en Wembley y acto seguido ganarle la mítica FA Cup al mítico Liverpool. Ganar la Final de la Champions jugando como visitante y sin partido de vuelta. Hacerlo sin tus hombres fuertes en defensa (Terry e Ivanovic) y sin tus figuras del medio campo (Meireles y Ramires). Venir de atrás luego de que te desarticularon a siete minutos del final. Sobreponerte a un penal marcado en tu contra en tiempo extra. Venir de abajo otra vez luego de que Mata fallara el primer penal. Lograr todo lo anterior cuando a mediados de marzo nadie ponía medio centavo por ti. Ahora sí, contesten: ¿es etimológicamente posible que una hazaña sea fea?

La suya fue una auténtica victoria contrarreloj. Olvídense del Manchester dándole la vuelta al Bayern en las dos últimas jugadas. Eso apenas fue el último minuto de una Final. Aquí estamos hablando del último suspiro de toda una generación: la última gota de sudor que podía exprimírsele a un equipo que en realidad está acabado. Una Champions merecidísima para sus héroes. No por lo que hicieron en la Final del Allianz Arena. No por lo que hicieron en semifinales contra Barcelona. No por lo que hicieron en la temporada 2011-12. ¡Qué va!

El Chelsea coronó sus esfuerzos de una década entera: premió por fin a un Lampard que hace no tanto era el mejor mediocampista del mundo, consagró al que para muchos sigue siendo el mejor guardameta del orbe y que últimamente estaba medio olvidado, puso en los libros de historia a un hombre llamado Didier Drogba. Compensó el trágico resbalón de Terry en Moscú. Vengó el escándalo de 2009 contra Barcelona. Se desquitó al fin de la traumática eliminación en penales ante Liverpool. Cobró el premio al mérito de meterse a seis de las últimas nueve semifinales. No se equivoquen: el Chelsea merecía esta Champions más que nadie. Se la había ganado mucho antes del Allianzazo y apenas el futbol se la está pagando. Porque hasta cuando nuestro venerado deporte parece injusto, como simuló la noche muniquesa en la que premió a un equipo que ya no podía ofrecerle nada a cambio; a la larga siempre termina por otorgarle a cada quien lo que merece.