El sábado 10 de marzo de 2007 a las 10:49 de la noche, el número 19 del FC Barcelona se consagró como el mejor futbolista del planeta. No fueron sus goles (tres al Real Madrid), ni la serenidad con la que los marcó (a los 19 años). Cuando tomó un pase de Ronaldinho a tres cuartos de campo, dejó quieto a Gago, condujo en velocidad hacia la izquierda, esquivó un guadañazo al tobillo marca de la casa de Helguera e hizo inútiles los esfuerzos de Ramos y Casillas por interceptar su disparo cruzado a la red de la portería sur del Camp Nou, no solo coronó un hat trick al minuto 91 que rescató a un alicaído Barça que jugaba con un hombre menos y perdía la Liga. Fueron su velocidad supersónica, sus pases a Eto’o, sus triangulaciones con Iniesta y Ronaldinho, su claridad y dominio de todas las facetas del juego, lo que en zona de prensa impulsó a sus compañeros Zambrotta y Saviola a considerarlo el mejor futbolista del mundo. Ellos fueron los primeros en decirlo en voz alta. Pronto les seguirían los 4mil o 5mil millones de habitantes sensatos que posee la humanidad.
Cuatro mil doscientas veintiséis noches después de aquella noche, Lionel Messi sigue siendo el mejor de todos. No ha dejado de serlo ni un segundo. Un mes después de ese Barcelona 3, Real Madrid 3 anotó aquel gol quitándose de encima desde atrás de medio campo a tres cuartos del Getafe. Para finales de ese año, 40 capitanes y entrenadores de selecciones se rindieron a la evidencia de que ese desaliñado e imberbe melenudo era ya el número uno absoluto. Si bien por culpa de la mayoría invidente, tan solo quedó en segundo lugar de los premios FIFA, esos que ahora se llaman The Best y que, once años después, continúan galardonando en una burbuja. Un universo paralelo donde al mejor pasador, goleador y rematador al poste de todos los tiempos (y de ocho o nueve de cada 10 partidos jugados) no se le considera el mejor.