No tengo entrada para el partido, mi boleto de avión hace escala en Alemania y aterrizo en Londres dos horas antes del juego. Y eso si el volcán de Islandia no retrasa mi vuelo. Esta vez no es tanto el deseo de viajar como las pocas ganas de quedarme. Ni en la peor de mis pesadillas podría verlo por televisión. Vamos ya. Camisetas de la selección en todas las salas de abordar. ¿Por qué tendremos esa peculiar urgencia de gritarle al mundo que somos mexicanos cuando salimos del país? No me gusta el avión, ni mi lugar. Sí me gusta y mucho la azafata. Es fácil imaginársela haciendo cochinas travesuras. Se mueve tan deprisa que no me deja leer el nombre de la plaquita que lleva en su uniforme de Lufthansa. ¿J Coetze, puede ser? Los viejos de al lado no se han dirigido la palabra en todo el vuelo. Ahora que él está dormido, ella le roba sus galletas. ¿Estarán peleados o simplemente su coexistencia prescinde ya de la herramienta comunicacional? Ahí viene otra vez la joven aeromoza. Me ofrece vino. Ella, yo, en la plenitud de nuestros días y una botella de vino en medio de ambos… Todo es perfecto de no ser porque en lugar de la salita de su departamento a las afueras de Munich, estoy sentado en un estrecho asiento no reclinable junto a la salida de emergencia, al lado de un repugnante viejo dormido. Aparte no hay manera: mis bisabuelos fueron asesinados por los tuyos. No, gracias, no quiero de tu vino.
Transbordo de avión. Nervios. Todavía no pienso nada en el partido, solo en llegar a tiempo a Londres y conseguir mi entrada a no más de 800 Euros, que es todo lo que traigo. Bueno, también cargo accidentalmente el reloj reservado al ganador de la quiniela en FutbolSapiens. Será parte de la negociación con los revendedores si no me alcanza la lana. ¿Y si me quedo fuera? Aterrizo a las cinco en punto, puede que sí llegue al partido. Migración. ¿Por qué siempre elijo la peor fila para formarme? Maldita mi suerte. Avancen, por favor, avancen. Londres está nublado, ¡qué raro! Sobre el tablero, el taxista tiene una figurita de Ganesha, el dios del Mini Super de los Simpson. Mi celular está sin batería y mi cargador aquí no sirve. Catástrofe. Aparte de todo, ahora estoy incomunicado. ¿Valdrá la pena perder el tiempo preguntándole a Apu si tiene un cargador de coche? El taxista y su todopoderoso elefante me bendicen con un adaptador que embona perfectamente con mi teléfono. Pero no sirve de nada, porque no me contestan mis cuates que llegaron desde ayer a buscar boletos. Tráfico. Avenida de dos mugres carriles en las inmediaciones del modernísimo Wembley. Juro no volver a criticar al Estadio Azteca. ¿Pero qué hace ese niño manejando? Ah, qué güey soy… es el copiloto, sentado a la izquierda del coche. Ring ring. Mis cuates españoles. Me consiguieron la entrada, gracias a una larga cadena de milagros. El último y más importante eslabón es en resumen que ellos son dos, y como solo consiguieron un boleto prefieren no entrar ninguno a que lo haga uno solo de ellos, mientras el otro se queda llorando a las puertas. Su salomónica decisión es cederle el boleto al mexicanito que viene de tan lejos. La Diosa Fortuna insiste en acosarme.
Continuará…