No me late el arco metálico del estadio, estaban más padres las torres que demolieron. Paso mi boleto por el lector de código de barras. Foquitos verdes, estoy dentro. Camino por el pasillo. Felicidad. Primer golpe de vista al deslumbrante césped. Pulsaciones aceleradas. No veo calentar a Puyol: ¿será posible? Están Abidal, Mascherano, ocho, diez, once… tragedia, sin el capitán no podemos ganar. Todo mundo saca su cámara, en vez de aprovechar el momento y dilatar la pupila, prefieren ver la patada inicial a través de un filtro, una pantallita de diez centímetros para grabar un momento que en términos prácticos no están viendo. Nunca lo he entendido. Falla Villa. Sin Eto’o el Barça nunca saldrá campeón de Europa. No me simpatiza el vecino de al lado, es medio mamón. Gol de Pedro, lo tengo en mi equipo del Fantasy, y a Xavi que le dio el pase también. Por Dios, estoy en Wembley, el Barcelona está ganando la Final y yo me pongo a pensar en el Fantasy, de veras que estoy enfermo. No está lleno, lo que darían cientos de millones de pompas por estar sentadas en aquel asiento vacío. Gol del Manchester. Al menos no lo metió el Chicharito. Sabía que no ganaríamos sin Puyi. Miedo. La tribuna es un fiel reflejo de la cancha: en esta parte todos son del Barcelona pero unos gritamos en español, otros en árabe, algunos en inglés y los demás en catalán. Descanso. En las pantallas se aprecia que Giggs estaba en fuera de lugar. Para que sigan hablando de los árbitros. Segundo tiempo. Gol de Messi. Sin saber cómo ni por qué estoy clavando el colmillo en la calva de mi vecino el mamila, mientras él, su amigo y yo nos abrazamos compulsivamente. Sigue vacío el asiento de adelante. El Barcelona es tan egoísta que saca en corto los córners con tal de no dividir el balón. Y de un córner cae el gol de Villa. Ni quien se acuerde de Eto’o. ¡Cómo debe estar Mourinho!, me dice un español. ¿Quién es Mourinho?, ironizo. El muy pelmazo empieza a contarme que es una persona que todo el tiempo habla del Barça, y yo asumo que está siguiéndome el sarcasmo, pero no. Me explica por qué estamos cantando por qué, por qué, por qué. ¡En verdad piensa que no sé quién es Mou! Aparecieron los SIX MVP. Asistencias de Sergio, Iniesta y Xavi en los goles de Messi, Villa y Pedro. Minuto 83. Empiezan a cantar Campeones, Campeones, oé, oé, oé. Yo no. Yo sí que me acuerdo del Manchester que en el 99 andaba en las mismas. Ya está. Barcelona, campeón. Hasta pareció fácil. ¿Cómo convertir lo históricamente imposible en rutinario? Grande Pep.
Medio estadio celebra. ¿Cuántos de los presentes, además de Valdés, Puyol, Xavi, Messi, Iniesta y yo habrán estado también en París 2006 y Roma 2009? Deja de divagar Narciso, que viene el momento cumbre. Otra vez no veo a Puyol. El gran capitán ha sacrificado su tercer foto enmarcada con melena al viento y Orejona al cielo, misma que debía posar hasta el fin de sus días en su salón de recuerdos junto a las dos anteriores, en el museo del Barcelona y en millones de publicaciones de aquí al fin del mundo. En su lugar deja que el compañero que dio tremendo susto a mitad de temporada quede retratado por los siglos de los siglos. Disculpen. Esto es demasiado. Lloro, lloro en serio. No he comido hace horas y se me contrae el estómago de chillar peor que Rosique con la medalla del Taekwondo. El vecino de arriba graba mi llanto histérico. Me seco la cara, pero vuelvo a quebrarme a la hora de la vuelta olímpica. Al fin me repongo. ¿Y ahora qué? ¿Cómo hacer para que el equipo no baje la guardia el año que viene? Hoy fue el último partido en 112 años sin publicidad en la camiseta. Mañana empieza la era Qatar Foundation: ¿será este el último día de la etapa más gloriosa que jamás vivirá el club? Basta de pensar en lo negro del futuro, limítate al instante. Se fue el vecino de arriba. Donde se le ocurra subir ese video a Youtube, mi poca reputación se va al suelo. Tocan dos veces el Cant del Barça, pero nunca el We Are The Champions. Será cierto que a pesar de todo hay quienes aún piensan que esa canción es el himno del Madrid. Wembley se ha vaciado. Un elemento de seguridad me invita a unirme a los 87,694 que ya salieron. Al cruce los aficionados ingleses me felicitan y aprietan la mano. Antes de dirigirme al metro me acuesto sobre la base que sujeta al arco metálico al que le hice el feo. Le doy un fogoso beso de despedida. Y vuelvo a casa. Tengo un par de renglones que escribir en el camino.