Si Cristiano Ronaldo jugara al futbol con la naturalidad con la que clausura hocicos, sería el deportista más grande jamás visto. Con la desfachatez propia de un cazador de tigres malayo, el portugués se ha dedicado a extinguir cualquier argumento que le niegue el Pent House que él mismo se ha construido para su retiro en el Olimpo.
Hace cuatro años Cristiano ya era el goleador más dominante de cuantos se hayan visto. Pero a sus detractores nos sobraban evidencias para subestimar sus logros individuales, tan desproporcionados respecto a sus títulos. «Sí. Cristiano mete muchísimos goles, pero ¿cuántas Champions ha ganado?» La respuesta era UNA, «…y el Manchester United la ganó a pesar de él, que falló su penal en la definición», apostillábamos burlonamente.
Primero en Lisboa, luego en Milán, Cristiano empezó a coleccionar Champions, como si de Balones de Oro se tratase. Sus impugnadores estábamos en aprietos, pero aún encontrábamos provisiones para nuestra ceguera inducida. «¿Cuántas Ligas ganó Cristiano desde que llegó al Madrid? ¡Una, apenas una! ¿Y qué ha hecho con Portugal eh, qué ha hecho?» Argumentábamos, además, que lo ganado en el Madrid era gracias a la calidad de sus compañeros y a esos sorteos siempre favorecedores. Las estadísticas evidenciaban que Cristiano ya sólo le anotaba a equipos chicos. Hubo quien se atrevió a creernos.
Entonces Portugal ganó la Eurocopa, Real Madrid conquistó la Liga y Cristiano, con ocho goles ante bestias como Bayern y Atlético metió al Madrid en otra final de Champions, con ayuda mínima de compañeros, sorteos y árbitros. Para entonces estaba claro que conseguiría su cuarta Champions. Agotadas las cartas que escudriñaban sus títulos europeos, domésticos y el nivel de sus rivales, los haters más entusiastas aún podíamos regodearnos en que Cristiano había pasado de noche por todas las grandes finales que jugó: con Portugal perdió la Euro 2004 y vio desde la banca la de 2016; la victoria del Manchester United en Moscú apenas le permitió evadir el rol de villano; en las finales contra el Atlético sólo llegó de última hora y si entonces sí anotó sus penales, fue más que nada para no privarse del placer de sacarse la camiseta y celebrar con el flácido mundo que gira alrededor de sus seis músculos abdominales.
Luego llegó la final de Cardiff y… SILENCIO.
Aunque ahora que lo pienso, Cristiano lo habrá ganado todo varias veces, pero es incapaz de meter un gol de chilena. Y miren que lo ha intentado hasta la extenuación, el pobre. Ahí está la prueba de que… SILENCIO.