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Barak

Uno no es ninguno

Tiene ángel y tiene suerte. Es rápido y técnico. Remata bien con la cabeza, con la nariz y con el pie. Mete goles de titular y de suplente; en Liga y en Copas; como local y como visitante. Es lo mejor que le ha pasado al futbol mexicano en los últimos 20 años. Y nada más.

Es el único futbolista mexicano cuyo póster cuelga en alguna alcoba de Filipinas. Cada vez que algún osado alrededor del mundo anota un gol raro, ya presume haber definido como el “Chicharito”,  como quiera que lo pronuncien en su latitud. 

Mientras sus compatriotas no pueden jugar ni unos minutitos en equipos del montón como Celtic y West Ham, o no salen ni a la banca en clubes inferiores al Manchester, como Arsenal y Tottenham; Chicharito ya ha conseguido en su primera temporada  la única meta sensata a la que podía aspirar: convertirse en la tercera opción de ataque para Sir Alex Ferguson.

Casos como el suyo son tan excepcionales en nuestro desahuciado futbol que inmediatamente polarizan a la afición. Cuento de mil en mil a aquellos que no bajan a Berbatov de tronco envidioso, indigno de la titularidad de la que es merecedor Hernández. Conozco a otros tantos convencidos  de que el Chícharo está mega inflado y que si está en Inglaterra es solo para vender camisetas del Manchester en Martí. “¡Malinchistas!”… “¡Televisos!” se acusan los unos a los otros.

Lo cierto es que hoy, a tres años y medio de que perdamos en los octavos de final de Brasil 2014, estamos a tiempo de irnos haciendo a la idea: el Chicharito no nos guiará al quinto partido.

Porque por bueno que sea o por bueno que vaya a ser, cuando busque a Nani nomás encontrará a lo que quede de Guardado. Cuando pida los balones a los que le han mal acostumbrado Scholes, Carrick o Park, solo se topará con las sandías que le sirvan Torrado, Juárez o Esqueda. Y cuando no salga en su día, en lugar de que Rooney y Berbatov entren al quite, la responsabilidad recaerá en Vela o Chuletita.

“¿Ya ven? les dije que el Chícharo era un petardo”, presumirán los malinchistas. “Perdió la humildad, no le puso güevos”, chillarán los televisos. La misma historia de Hugo Sánchez y Rafa Márquez. Porque uno no es ninguno.