El cambio de ciclo está sentenciado. Estados Unidos perdió el rumbo: por primera vez en 20 años no sabe a qué juega, sus cuatro líneas están abajo del medio pelo, y sus jugadores son en su mayoría unos alfeñiques, entre los que ni siquiera Edgar Castillo desentona.
Técnica e individualmente nunca dejaron de ser inferiores. Pero con determinación, disciplina táctica y cierta noción colectiva les alcanzó durante diez años para superarnos en todo estadio del orbe que no llevara Azteca de apellido. Hoy, ya no es que carezcan de un hombre gol como el Chicharito, d la clase de Márquez o con las virtudes de Giovani… ¡Si brincos dieran por tener a un jugador tan mamey como Salcido!
Ahora, salvo el texano Dempsey (no es nuestro sólo por culpa de Santa Anna), ningún futbolista norteamericano tendría cabida en la selección mexicana; mientras ellos tienen que ocupar suplentes de Pachuca, América y a un titularazo del temible San Luis para completar su convocatoria. Hoy, los que compran desesperadamente el humo de técnicos extranjeros son ellos. Los que apuntamos a cumplir un proceso, somos nosotros.
Estados Unidos tiene una crisis de jugadores jóvenes. Su Liga lleva casi 20 años y sigue siendo de chiste y su protagonismo en mundiales juveniles es nulo; mientras México poco a poco se acostumbra a ganar partidos más o menos trascendentes: a avanzar rondas aún jugando mal… como sólo hacen los equipos grandes.
Pero México aún no es un equipo grande. Y mientras en fecha FIFA, a Brasil le corresponde bailar con Alemania, y a Italia con España, el rival a nuestra medida sigue siendo Estados Unidos. Y sólo por eso nos urge que espabile.