Hace 20 años que el Real Madrid no gana un doblete. La última vez que se proclamó inapelable mejor equipo de Europa, al salir campeón de Liga y Champions el mismo año, fue hace 51 temporadas. Jamás en la vida saboreó el triplete.
En 20 años, el FC Barcelona consiguió nueve Ligas y tres de ellas con la superioridad suficiente para llevarse también la Copa de Europa: un hito que el Madrid consiguió apenas dos veces en su pomposa historia.
El insultante dominio de un club sobre el otro quedó certificado en mayo pasado, cuando al Barcelona le dio por combinar un toque análogo al Brasil del ’70, con una perfección táctica propia de Holanda en el ’74; para obtener Copa, Liga y Champions… no sin antes irrumpir con un salvaje 2-6 en campo enemigo.
Solo bajo esa coyuntura puede exponerse la demencia vivida este verano. Semejante exhibicionismo en la política de fichajes del Madrid tiene como obsesiva esperanza evitar que el Barça gane la próxima Champions en el Bernabéu. Si los catalanes contaban con cinco de los 10 mejores futbolistas del planeta, ahora los merengues tienen a los otros cinco.
Luego de la borrachera de títulos, parecía imposible que el Barcelona tuviera acicate alguno para no caer en la autocomplacencia. Es en el ruido proveniente de Madrid, donde ha encontrado la mejor motivación imaginable. Eso es lo único que ha logrado Florentino: poner alerta al rey y polarizar de paso, aún más las filosofías de los clubes más poderosos del globo.
Es bueno comprar a los mejores jugadores del mundo, pero es preferible fabricarlos en casa. Es gracioso llenar estadios para celebrar fichajes, pero se antoja más abarrotarlos para festejar títulos. Tener a los últimos balones de oro (Kaká y Cristiano) es todo un lujo, pero contar con los próximos (Messi e Iniesta) suena mucho mejor.