Todos hemos dejado ir a un ser querido: amigo o mascota, novia o abuelo. Un día pierdes a tus padres. Y si la vida realmente quiere arruinarte, es capaz de arrancarte hasta a un hijo. El mundo nos prepara desde muy pequeños para perder cosas, advertidos quedamos de que nada es eterno. Pero nunca estamos listos para perder nada, ni siquiera cuando toca aceptar con madurez que esa fue la última cucharada de helado: lo sabíamos de antemano, pero igual fastidia. Siempre, siempre nos preguntamos ¿por qué no pudo durar un poco más?
Todos hemos padecido la desgracia de depender de un imbécil: en el salón de clases, en el trabajo, en el que era tu programa de televisión favorito antes de que aquel nefasto llegara a arruinarlo. La vida está plagada de esta gente, cuyo existir te amarga el día a día: unos visten de policía, alguno te toca de maestro, otro de operador telefónico o chofer de colectivo y no suele faltar el que supervisa tu trabajo o preside con los glúteos tu equipo de futbol.
Y todos hemos experimentado la terrible frustración de pertenecer a un grupo del que quisiéramos desmarcarnos como seres humanos. Los indeseables que no obedecen las normas que necesitamos cumplir para salir juntos del agujero. Los que se reúnen alegremente cuando se les ruega lo contrario. Los que bloquean las calles. Los que eligen justo al candidato más inapropiado.
Lionel Messi está en el primer párrafo, por si a estas alturas siguen extraviados. Josep Maria Bartomeu encarna el segundo. Y los socios del Barça son el anillo en el dedo del tercero. En 2015 votaron por él, por la continuidad de la debacle cuando a lo largo de su desastroso interinato Bartomeu ya había dejado claras su incompetencia, mentiras y cobardía (para evitar la cárcel, permitió que se imputara al Barça como club por los cargos de estafa, corrupción y evasión de impuestos que él cometió como persona física al fichar a Neymar). Estos socios que le dieron la espalda a Guardiola, al votar por sus enemigos no merecían a Puyol, Xavi ni Iniesta. Mucho menos a Lionel Messi.
El mayor drama del Barça no es que se le vaya el argentino. Lo más desalentador no resulta de calcular todo el tiempo que necesitará para ajustarse sin él. Lo feo del asunto es que todas las desgracias imaginadas en la distopía post Messi acontecieron cuando él todavía estaba ahí. Sufrió el horrible futuro del Barcelona sin Messi… con Messi.
El Barça lo consumió. Se lo tragó a cucharadas y ni siquiera pudo terminárselo antes de colapsar.