No existe afición más fiel a su causa que el antiamericanismo. No importa cuántas veces pierda o cuan monótono sea verlo sumergido en la inmundicia: donde haya un televisor encendido a la hora que juega el América, siempre habrá un puñado de antiamericanistas regodeándose con cada gol sufrido por Memo Ochoa. Como si fuera el último. No ceden ante ningún síntoma de lástima o compasión. Y por eso, América sigue llenando estadios… y columnas.
Llegó Michel Bauer para tapar bocas. Nada. Volvió Pável Pardo para contagiar al equipo de mentalidad ganadora. Nada. El aterrador uniforme de los ochenta fue desenterrado para sembrar el pánico. Nada. Se robaron a Chucho Ramírez: experto en milagros. Y nada.
El auténtico azote del antiamericanismo se llama Cruz y se apellida Azul. Y ya se vislumbra en el camino, tan dispuesto como siempre a aguarnos la fiesta. De hecho, de no ser por la caridad celeste, América sería el último en el descenso de cara a la próxima temporada: con 5 puntos menos que Tigres.
Enfrentar a un rival tan empequeñecido con la obligación de ganarle de una vez por todas es algo que Cruz Azul no puede manejar. Le da miedo (y no son mis palabras). Cuando América vuelva a ser lo que era y lleve la presión del favorito, sólo entonces, Cruz Azul estará en condiciones de vencerlo.
Una semana Chivas mete once goles en el Jalisco y a la siguiente inspira pena desde Caracas hasta Chiapas; al San Luis, que fue cruelmente desmantelado para salvaguardar a sus hermanos, le va mil veces mejor que a ellos; en un santiamén los tristes Pumas ya son líderes… Ni siquiera sabemos si México irá al Mundial, pero sí que el América no pierde contra Cruz Azul. En un futbol rendido a la incertidumbre, esa es la única certeza.