Francia y Japón pintarán de azul el próximo Mundial. Se encargan de ello desde hace 25 años. Sin embargo, estas selecciones nunca han logrado desafiar con éxito las teorías del matiz y la luminosidad. El color azul es frío por definición psicológica, científica y artística. Y no importa cuántas veces gane Francia, da lo mismo qué maneras de perder siga descubriendo Japón; galos y nipones nunca serán capaces de ganar o perder como lo hace Italia: ofensiva o defensiva, irritante o estimulante… pero caliente, siempre caliente. Y azul. Contradictoriamente azul. Más azul que nadie.
Italia es una selección perdedora. Claro, perder es mucho más fácil que ganar y los italianos son tipos prácticos. Es verdad que ganaron cuatro Mundiales, dos con Benito Mussolini y otro par cuando nadie contaba con ellos: en 1982 el Milan venía de descender por su implicación en el amaño de partidos y en 2006 la Juventus fue relegada a la Serie B por comprar árbitros. Las cuatro estrellas conseguidas por Italia son opacas: en forma y fondo, pero la autenticidad de sus cinco puntas es incuestionable.
Tampoco puede debatirse lo ya establecido por provocador que parezca: Italia es una selección básicamente perdedora. Se presentó en Brasil 50 a defender su bicampeonato del mundo y quedó eliminada en fase de grupos. ¿Suiza 54? Otra vez fuera a las primeras de cambio. A Suecia 58 ni siquiera llegó: la eliminó Irlanda del Norte. Sí clasificó a Chile 62, pero como siempre, no pudo superar a sus rivales de grupo. Mismo destino que corrió en Inglaterra 66, eliminada por Corea del Norte. Sí: Irlanda del Norte, Corea del Norte, Macedonia del Norte… ya solo le falta hacer el ridículo contra los Tigres del Norte.
Bromas aparte, cuando se presentó en México 70 Italia llevaba 32 años sin avanzar a los partidos de eliminación directa. Y se metió a la final. Pero cuatro años más tarde, en Alemania 74, volvió a lo de siempre, o a lo de casi siempre: caer en una fase de grupos donde nada más pudo ganarle a Haití.
O sea que hasta Argentina 78, cuando se metió en semifinales, Italia había jugado la final de tres mundiales y hecho el ridículo en todos los demás. En España 82, para variar, iba a quedarse en fase de grupos, pero avanzó de carambola tras no haber ganado ninguno de los tres partidos. Y sí: una vez superada la primera fase, quedó campeón. Medias tintas jamás. De hecho, la primera vez en su historia que Italia quedó a la mitad del camino fue en México 86, cuando perdió en octavos de final con Francia. Cuatro años después decepcionó porque era en casa, pero quedó en tercer lugar. ¿Estados Unidos 94? Finalista. ¿Francia 98 y Corea-Japón 2002? Rarezas históricas en donde no llegó a semifinales, pero sí superó la primera fase.
Los últimos 20 años no han hecho más que subrayar lo que siempre fue Italia. Gana a veces y pierde la mayoría, como todos. Pero es que cuando pierde, pierde a lo grande. Como en Sudáfrica 2010, cuando quedó última de grupo ante rivales de la talla de Eslovaquia, Paraguay y Nueva Zelanda. O en Brasil 2014, donde alegremente dejó pintarse la cara por Costa Rica.
Establecido lo anterior, echaremos de menos a Italia en Catar, ni duda cabe. Por su forma de cantar el himno. Por su manera de vestir. Y por su futbol. En ese estricto orden.