Lobos BUAP desciende, pero se queda en primera. Tapachula asciende, pero sigue en segunda. Tepatitlán gana el campeonato de segunda división, pero tampoco sube a ese pueblo fantasma mal llamado Liga de Ascenso. Los años pasan y el draft continúa, la multipropiedad permanece, el pacto de caballeros se eterniza, el imbécil sistema de competencia se perpetúa y todo sigue igual. Nuestros directivos son de lo peor del mundo y encima, me consta que, en términos generales, son bien putañeros.
Su derecho de gritarle PUTO al portero rival es innegociable. Las amenazas, invitaciones cordiales al sentido común, conceptos de educación y tolerancia les hacen lo que el viento a Juárez. Convierten la fiesta de despedida de la selección en un juicio de masas, donde se clama por la renuncia del técnico con mejores números de los tiempos modernos y entonan el FUERA OSORIO con más fervor que el himno nacional. Su capacidad de reflexión es directamente proporcional a su carencia de modales. Siempre escriben una historia en cada Mundial que nos sonroja ante el mundo civilizado. Nuestros aficionados son de lo peor del mundo y encima, me consta que, en términos generales, son bien putañeros.
Si la selección golea no tiene ningún mérito porque el rival es infame. Si gana por poco, la selección es un desastre. Si pierde o empata, también. Nos limitamos a denunciar las rotaciones del técnico, pues no tenemos ni idea del juego. Tan es así que nos sentimos como peces en el agua cuando la noticia se desvía fuera de la cancha. Ahí sí que impartimos lecciones de periodismo amarillista. Nuestra prensa es de lo peor del mundo y encima, me consta que, en términos generales, somos bien putañeros.
¿Se imaginan lo bochornosa que sería la actuación de México si existiera un Mundial de directivos, de aficionados o de reporteros? Que nuestros futbolistas, a pesar del enfermizo entorno que les envuelve, disten mucho de estar entre los peores del mundo, es una bendita casualidad. Si además, no les encantaran las putas, ya hablaríamos de un milagro.