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Alfombra qatarí

Durante años ha pasado, pisado y pisoteado encima de colchones madrileños, abuelitas turinesas, ogros bávaros, flanes napolitanos, caminos romanos y todo lo que se ha cruzado entre sus botas y la Champions. Arreola, Kimpembe, Yuri, Lo Celso… El 37% del PSG que salió al Bernabéu adolece del mínimo de talento o experiencia básica para no ser el último tapete a los pies de Cristiano Ronaldo. 

La final del Mundial se calienta durante cuatro días. La de la Champions, tres semanas. La previa del Súper Bowl dura una quincena. El tiempo transcurrido entre el sorteo y la patada inicial (más de dos meses) hicieron del Real Madrid – PSG el evento deportivo no boxístico más esperado de los tiempos modernos. Toneladas de tinta y kilómetros cúbicos de saliva fueron derramados a lo tonto. En una película vista 10 veces y que veremos tantas más, llegada la hora del sacramento, la camiseta del PSG volvió a encogerse, como en Múnich, Barcelona y cada catedral donde ha aspirado a confirmarse. 

Gastarse mil millones de Euros en futbolistas para que, cuando se te lesiona un sobrevaluado y veteranísimo Thiago Motta, no te quede más que improvisar a un joven media punta argentino para la contención de tu mediocampo, habla de una planificación desastrosa. Dejar en el banco a Ángel Di María, el futbolista en mejor forma de tu equipo y resistirse a comprobar la confirmadísima ley del ex, siquiera en los últimos minutos, desnuda una torpeza digna de los peores tiempos.

El PSG es el nuevo Real Madrid. Aquel equipo merengue que, mientras más reventaba el mercado, más se alejaba de jugar una méndiga semifinal de Champions. Eyacular millones en agosto y abortar en marzo, el ritual de cada año. Dentro de las pocas diferencias, eso sí, es justo señalar que detrás de la fortuna del Madrid estaba -y está- apenas un avaricioso e impúdico oligarca inmobiliario, nunca un régimen vinculado al patrocinio del terrorismo internacional. 

Neymar, la organización del Mundial o la camiseta del Barça tienen precio y se venden al mejor postor.  La Champions, dios bendito, no es tan materialista.