Financiador por excelencia del terrorismo islámico, el Estado de Qatar decidió diversificar el destino de sus inversiones hace poco más de un lustro. El jeque salió de shopping y compró la organización del Mundial 2022, el pecho del FC Barcelona y al Paris Saint-Germain, club que avergonzaba con su mediocridad a la ciudad más venerada del planeta.
El PSG hizo una breve parada en pits, llenó su tanque de petróleo fresco y pronto dio la vuelta a sus rivales de la Ligue 1. Pero como buen hijo de millonario que lo tiene todo, también desarrolló el síndrome de Peter Pan: el miedo a crecer. Un permanente estado de insatisfacción, el carácter asustadizo, la tendencia a boicotear los logros propios, evadir la asunción de compromisos, refugiarse en fantasías imposibles de cumplir y no tomar iniciativas contundentes para cambiar su destino dibujan el perfil patológico del afectado. Síntomas típicos que presenta cada mes de marzo y abril.
El que pasará a la historia como EL PARTIDO de los últimos tiempos pudo configurarse gracias a un encomiable FC Barcelona, a una pellizco de intervención arbitral y sobre todo, a una colosal negligencia parisina. Que el Barça remontara no entraba en el universo de lo imposible; que un equipo de la categoría del PSG lo permitiera, sí.
¿Quién iba a intuir que decidirían renunciar a lo que mejor hacen justo en el Camp Nou? ¿Que iban a plantear un partido contra natura justo cuando todo lo que precisaban era limitarse a no perder por margen de cinco goles?
El Barcelona hizo un partido correcto, lejos del apoteósico que parecía innegociable en pos del milagro. Que Messi tuviera una noche legendaria era otro condicionante sine qua non para eliminar al PSG. Sin embargo, el partido de Messi no fue determinante, ni siquiera importante. Y ni así sobrevivieron. Si dejas la puerta abierta y te lleves al perro de vacaciones, lo normal es que te roben.