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26 de febrero, sí se olvida

Mañana no pasará nada, absolutamente nada. Okey: este viernes es Día Internacional del Pistache, el cumpleaños de Natalia Lafourcade y el aniversario 400 del juicio a Galileo, condenado por propagar aquella aberración de que la Tierra gira alrededor del sol. Inevitablemente alguien importante habrá de fallecer el 26 de febrero: día en que tocará turno a Dallas de escuchar las últimas sandeces de Donald Trump, fecha del estreno en cartelera de Dioses de Egipto (La batalla por la eternidad comienza) y por supuesto, noche marcada en el calendario para ver a Veracruz y Pumas batirse en vibrante duelo en el Pirata Fuente. Dicho lo anterior, el día 57 del año corriente será uno del montón. 

No se suponía que fuera así. El 26 de febrero de 2016 de la Era Común habría de ser un día de esperanza, reflexión y jolgorio. La primera vez en que el órgano rector del pasatiempo favorito de la humanidad cambiaría de timón, tras pervertirse durante 42 años a manos de perversos proxenetas del calibre de Havelange y Blatter. En definitiva, un parte aguas que sepultaría el mugriento pasado del futbol. 

Pero todo seguirá igual. Los Mundiales se jugarán en los países que los compraron, como si nada; y el nuevo presidente, sea quien sea, mantendrá la línea de corrupción, podredumbre y pago de favores trazada por tantas décadas, mismo que ultimadamente le habrá llevado al trono.

«El candidato al cargo de Presidente de la FIFA deberá haber participado de forma activa en el fútbol asociación (p. ej. futbolista, oficial de la FIFA, de una confederación o de una asociación nacional, etc.) durante dos de los últimos cinco años antes de ser propuesto como candidato.» Es decir, en sus estatutos la FIFA se asegura de que ninguna persona íntegra les amenace con aspirar al cargo.

¿Qué va a saber de transparencia el jeque de Bahréin? ¿Qué honestidad puede ostentar la mano derecha de Platini? Un torturador como Salman al-Khalifa y un embustero de mediana monta como Gianni Infantino contienden por un cargo a elección de federaciones, en su aplastante mayoría sempiternamente corruptas y que condicionan su voto al candidato que les asegure mantener el estatus quo después de tamaña turbulencia. 

Tras tanto escándalo, redadas, extradiciones, encarcelamientos, suspensiones y argüende al mayoreo, el mundo perdió una oportunidad irrepetible de desmantelar a FIFA desde la raíz; así como desaparecieron la URSS, la Ruta 100 o los Tecos de la UAG. De crear un nuevo organismo en lugar de reformar uno que no tiene remedio.