“Conservar algo que me ayude a recordarte sería admitir que te puedo olvidar…”
-William Shakespeare (Romeo y Julieta)-
Alto y apuesto. Seductor aventurero. Tranquilo e introvertido pero esclavo de unos impulsos que a veces lo vuelven imprudente y agresivo. Siempre al borde del suicidio. Romeo Montesco comparte con Rafa Márquez algo más que las iniciales: personajes del mismo perfil, ambos destinados a terminar su historia en la romántica Verona.
Ahí Márquez será el primer mexicano que juegue en la Serie A de Italia. No me vengan con Miguel Layún porque su paso por el Atalanta fue tan anecdótico como 32 minutos. Y menos aún me citen a Pedro Pineda, que ni a estadísticas llegó la vez que lo llevaron a entrenar con el Milan.
Se fue como subcampeón del Atlas, que desde entonces no volvió a olfatear una Final. Abandonó el Principado y Monaco nunca más salió campeón. Dejó Barcelona y no volvió a llegar un central decente. Dios ampare al León sin la protección de Rafa Márquez, quien sólo fracasó en la MLS, ahí donde ganar no representaba mayor proeza.
No jugó cinco Mundiales como Carbajal, pero se transformó en el único jugador del planeta que fue capitán de su selección en cuatro Copas del Mundo. No ganó cinco Pichichis en el Real Madrid, pero consiguió la Champions con el Barcelona, que es mejor. Nunca tuvo el encanto de Cuauhtémoc, pero sólo él fue capaz de anotar en tres Copas del Mundo distintas sin recurrir a la vía penal.
Blanco no pudo armarla en Europa, Hugo nunca rifó con la selección, la Tota no avanzó más allá de la fase de grupos de un Mundial. Rafa hizo todo eso y algo más. Por eso, desde nuestros clósets o balcones, 120 millones de Julietas suspiramos por él.