Según la cuarta definición de la RAE “caminando” es el gerundio de caminar. Dícese de ir andando de un lugar a otro o dirigirse a una meta, avanzar hacia ella. Esos grandes profetas que nos ha dado la experiencia (Enrique Meza, Eriksson…) se cansaron de mostrarnos científicamente que ir a un Mundial caminando es prácticamente imposible. Está visto que lo de La Volpe fue excepción y no regla, pero no aprendemos.
El futbol mexicano alimenta a dos maquinarias insaciables. Por un lado la de los porristas de toda la vida. Los que irresponsablemente venden ilusiones en papel o las regalan por televisión. Del otro viven todos aquellos que están a expensas de cualquier descalabro, por mínimo que éste sea, para recordarnos que nadie sirve para nada. Ambos bandos, radicalmente opuestos y a la vez idénticamente censurables trabajan para contagiarnos su ceguera. La verdad es que ni somos tan buenos como nos pintan unos, ni tan nefastos como quieren hacernos ver los otros. Los resultados les reparten la razón cada tanto, pero al final todo vuelve al mediano cauce en el que estamos instalados. La única certeza es que ambas maquinarias viven de una selección cuyo rendimiento siempre ha estado muy por debajo de las horas tinta y satélite que todos dedicamos a su cobertura. El desenlace es que los futbolistas acaban por sentirse más grandes que Jesús, ¿y cómo culparlos si se les atiende como si fueran alemanes, italianos, brasileños o argentinos?
Es la historia sin fin: a dos años de la Copa del Mundo estamos seguros de que pasaremos la eliminatoria caminando. Un año después resulta que tenemos un pie fuera por perder puntos en Honduras. Llega el día del sorteo y ya estamos listos para el quinto partido. A 24 horas del Mundial compramos sándwiches que nos hacen creer que levantaremos la Copa del Mundo. Y al cabo de dos semanas, el sueño se esfuma tras ganar, empatar y perder en cuatro juegos. Entonces será turno de pensar que clasificaremos a Rusia 2018 caminando, dios bendiga a Concacaf.
Queramos o no, México sigue invicto y lo más probable es que así llegue al Mundial. La bronca no está en aspirar a ser lo que no somos, lo que nunca hemos sido; sino en exigirlo. La culpa no es de los directivos, ni de los jugadores, ni de la prensa. Es nuestra y no la compartimos con nadie. Si tan solo tuviéramos memoria, no sufriríamos tanto.