Recién en 2016 Ciro Immobile estaba acabado. Había vuelto al Torino tras fracasar en Alemania y España. En su regreso al Toro apenas pudo marcar en tres partidos.
En realidad, aunque la memoria engañe, lo suyo había sido apenas un año de gloria, cuando formó una pareja letal con Cerci. Anotó 22 goles en la 2013-14.
Ese verano al Borussia Dortmund se le escaparía un tal Robert Lewandowski. No era una situación extraordinaria. Antes se le fue Sahin y lo reemplazó con Gundogan. Luego vendió a Kagawa y se compró a Marco Reus. Y cuando después perdió a Goetze, se trajo a Aubameyang. Con esos antecedentes, nada hacía pensar que el capocannoniere de la Serie A no estaría al nivel del atacante polaco.
Immobile metió tres goles en la Bundesliga. El Dortmund, que difícilmente yerra sus fichajes, se deshizo del italiano vendiéndolo más barato de lo que le había costado. Lo compró Monchi (o sea el Sevilla). Cuando Monchi apuesta por un jugador rara vez le sale mal. Immobile fue una de estas rarezas. Anotó dos goles en España y a los seis meses ya estaba de vuelta en Turín… donde empezó todo.
Y todo empezó en la Juventus, donde Immobile tuvo oportunidad de jugar ocho minutos como profesional en la 2009-10 (no olvidemos que la Juve de hace 10 años en nada se parecía a la de la última década).
Fue dos años después cuando, en el mejor Pescara de todos los tiempos, ascendió a Serie A secundado por los gigantes Insigne y Verrati. Immobile metió 28 goles esa temporada y fue el máximo goleador (28 tantos en la 2011-12) de la Serie B.
Su desempeño le llevó al Genoa donde no pasó nada. Entonces el Torino puso 2.75 millonsotes de Euros para ver si pegaba el chicle. ¡Y vaya si pegó!
Tras su segunda etapa en el Torino, en 2016 la Lazio pagó 9 millones por lo que quedaba entonces de Ciro Immobile. Ahí el hoy casi Bota de Oro lleva 122 goles en cuatro temporadas. Nada mal para un futbolista acabado.