Cambiar. Traer al campeón del mundo Menotti para que nos enseñe a competir. Cambiar al vende humo del argentino por Mejía Barón, cerebro detrás del brillante campeonato de Pumas. Cambiar al doctorcito por Bora, que sí sabe cuándo hacer los cambios. Cambiar al payaso de Milutinovic por alguien menos respetuoso pero más ganador como Lapuente. Cambiar al necio del pelonchas y traer en su lugar a Enrique Meza, que es dios. Cambiar al blandengue del ‘Ojitos’ y poner a alguien que sí tenga güevos, como el ‘Vasco’. Cambiar al vendido de Aguirre y poner al ‘Bigotón’, que sí sabe de futbol. Cambiar al hígado de La Volpe y dejar que la estrella del ‘Pentapichichi’ nos guíe hasta el cielo. Cambiar al pendejo de Hugo por un técnico en serio como Eriksson. Cambiar a la rata de Sven y que San Aguirre nos salve y nos proteja. Cambiar al culero del ‘Vasco’ y traer al flamante campeón De la Torre. Cambiar al inepto del ‘Chepo’ y poner a Rey Midas Vucetich que tampoco sirve para nada. Cambiarlo por Miguel Herrera que al menos es carismático. Cambiar al ‘Piojo’ por troglodita… Cambiar.
La selección mexicana lleva 20 años cambiando entrenadores pero no evoluciona. Nuestros jugadores, como en 1993 siguen siendo buenos pero ni uno opta al Balón de Oro, ni siquiera está considerado entre los 25 mejores futbolistas del mundo. Nuestros directivos son las mismas lacras avariciosas de siempre. Nuestra liga mantiene el incompetente sistema de torneos cortos, liguillas y tabla porcentual. Nuestra división de ascenso y los equipos que la integran cambian a placer de nombre y sede, pero su falta de seriedad y decoro permanecen intactos. Nuestra televisión y prensa sigue siendo tan resultadista, irresponsable, indocumentada y malhecha como siempre; nuestra radio no existe. Y nuestra afición, como la de antaño, es irreflexiva e imprudente… nomás que con Facebook.
En Concacaf México sigue condenado a no celebrar nunca. Cuando se lleva los tres puntos, se debe siempre a que el rival deprime a la tristeza. Y cuando pierde, las vestiduras se rasgan como si no estuvieran lo sobradamente trituradas. México no ha acabado en primer lugar de una eliminatoria desde 1998, pero lejos de habituarse a los descalabros, cada derrota incendia Troya como la vez primera. Aunque ¡tamaña contradicción!: las victorias no sirven para ni madre.
Su verborrea, su línea de cinco, sus rotaciones, el lado de Layún y hasta el color de sus bolígrafos nos tienen hartos. Juan Carlos Osorio ha ganado seis puntos de tantos posibles, sin recibir gol y ya está contra la pared. Aquí lo único que cambia es el rostro debajo de la gorra del entrenador en turno. Aunque a todos, más temprano que tarde, se les ponga la misma cara de idiota.
Cambio… ¡y fuera!