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Cero a cero

El futbol es un fenómeno importante para la sociedad mexicana. Dona a millones de agraviados por el sistema un gramo de ayuda que nutre su pasión y ameniza su existencia (excepto por los que le van a Chivas.) Es un instrumento distractor de los poderosos para que nos privaticen a su antojo, pero también invita a sentir, gozar, sufrir… y en consecuencia, a vivir durante 90 minutos, que ya es ganancia.

El país sufrió en Iguala un atentado terrorista. Aunque la cobertura se concentre en un normalista ejecutado y 42 desaparecidos, ocurrieron varios homicidios más, entre ellos David: futbolista registrado en Tercera División que no robó ningún autobús, ni se metió con nadie pero que fue igualmente acribillado junto al chofer y al resto de su equipo, que sobrevivió de milagro. La magnánima y sensible FMF se limitó a pagar el funeral, escribir un comunicado de tres renglones y ordenar un minuto de silencio. 

México muere de indiferencia. Y el futbol, con su estatismo, desdén y desafecto por los ciudadanos no mueve un dedo para impulsar el urgente cambio. Normal. La fétida clase política que ingobierna al país es tan repugnante como la oligarquía que mercantiliza nuestro futbol. ¿Es mejor la FMF que el PRI? ¿Decio de María es menos inepto que Peña Nieto? ¿O acaso Emilio Azcárraga es peor persona que… Emilio Azcárraga? 

A quienes persiguen la pelota, tampoco les ocupa el bienestar de quienes al gritar sus goles, encienden la mastodóntica maquinaria que construye sus millonarias burbujas. Si el apático futbolista mexicano nunca ha sido valiente ni solidario para liderar sus propias causas, mucho menos podrá entender la importancia del momento que vivimos y su oportunidad como figura simbólica para ondear la bandera del hasta-aquí-llegamos. Las aisladas manifestaciones de apoyo en la tribuna, el #TodosSomosAyotzinapa, o un par de goles dedicados a las víctimas son tan útiles como esta columna, casi escrita por estar a la moda. A directivos, jugadores, comentaristas y aficionados ni se nos ocurre unirnos para despertar conciencias, encauzar nuestro tétrico destino, tratar de mejorar a la sociedad.   

Paradójicamente, la liguilla sí que ha estado a tono con nuestra lúgubre realidad social. Si es verdad eso de que el futbol es el opio del pueblo, nuestro balompié no nos ofrece pan, y ahora mismo ni tan siquiera circo. Cuando temor e indolencia mandan, los goles no gobiernan… mucho menos la justicia.