Nadie avisó que el futuro sería así. Nadie nos dijo que llegaría tan pronto. La vida sigue. Para la mayoría. Pero es un poco peor de lo que ya era. Para casi todos.
Los días pasan rápido a la vez que, paradójicamente, el tiempo se ha parado. Nuestras 24 horas son reciclables para usarse al día siguiente más o menos del mismo modo. Y así seguirán un rato más, excepto que… vuelve la Champions League.
O así le siguen llamando. Volverá sin niños acompañando de las manos a los futbolistas con el uniforme del rival. Lo hará sin un gigante balón estrellado ondeando orgulloso sobre el círculo central. Y sin hordas iracundas que silencien con silbidos e improperios el himno de la élite balompédica.
La Champions son sus partidos y rituales; sus goles de visitante y sus inconcebibles remontadas en los partidos de vuelta; sus futbolistas y sus aficionados. Esos que torpemente han sido sustituidos con malhechos softwares virtuales, pixeles de presuntos seguidores en casa y audio ambiente artificial que evoca a las risas grabadas de las comedias ochenteras.
Pero la afición es algo más que un ornamento. ¿A dónde habría trepado Lionel Messi consumada la victoria sobre el PSG? ¿Quién habría suministrado de combustible a Cristiano Ronaldo cuando le hicieron enojar en aquel 0-2 de la Juventus en campo del Atlético? ¿Cómo habría vencido el Liverpool al Barça? Sin Firmino y Salah parecía imposible… sin Anfield, no habría manera.
Por si el futbol de élite no estuviera ya lo suficientemente distanciado de sus seguidores, transformados en clientes. Por si no era ya demasiado frío con la intervención tecnológica, esa que paraliza un partido hasta seis minutos para trazar líneas geométricas que dejan fuera de juego a quien convenga. El futbol, por albedrío, hace tiempo que guarda una enfermiza distancia con sus consumidores. Ahora las irremediables circunstancias lo alejan y enfrían más.
Lo cierto es que no deberíamos quejarnos. Veintidós cracks y un balón pintado con estrellas son los únicos elementos verdaderamente indispensables para poner esto en marcha.
¿De verdad vuelve la Champions? Nos conviene decir que sí. ¿Será lo mismo? No. ¿Tendrá su encanto? Para los muy optimistas. ¿El campeón está condenado de antemano (sobre todo si no es un club clásico) a cargar siempre con el estigma de haber asaltado el trono en río revuelto y cuando a nadie en verdad le importaba? No tengan la menor duda de ello. ¿Volveremos a nuestras miserables vidas cuando el holograma fabricado en Lisboa concluya? Eso parece.