Elvis no ha muerto, Pedro Infante menos. A Cuauhtémoc Blanco no se le ha acabado la cuerda, Ronaldinho no está acabado. La negación es un sistema de defensa. Amortigua el ataque de la realidad. Aunque el mecanismo no se activa exclusivamente ante malas noticias, como creía Freud; sino también ante aquellas que parecen demasiado buenas para ser reales. Negar nos pone en guardia para que no nos embauquen.
A pesar de las evidencias expuestas, ¿realmente alguien cree que Ronaldinho va a jugar en el Querétaro? Paulatinamente hemos digerido la idea de que ésto ocurrirá, que es un hecho. Pero cuando se trata de traducir las palabras en imágenes, resulta imposible imaginarlo un mediodía cualquiera, atendiendo a las indicaciones de Nacho Ambriz en La Bombonera o el Pirata Fuente.
En 2006 las Chivas salieron campeonas gracias a un crack llamado Bofo Bautista. Tiempos en que no podías distinguir las vitrinas de la selección española de las de Lituania, ambas desoladas. Años en que el Manchester City deambulaba entre los puestos 14 y 16 de la Premier League, cuando bien iban las cosas. Por entonces Ronaldinho ganaba, volaba, reía. Era algo demasiado grande para ser verdad. Si viajáramos en el tiempo para prevenirnos a nosotros mismos de que Dinho no volvería a ser nominado al Balón de Oro, de que se perdería los mundiales en Sudáfrica y Brasil, no sólo nos lo negaríamos en la cara sino que nos quemaríamos vivos por injuria sin siquiera darnos tiempo de sentenciar que además terminaría en Gallos Blancos.
Impredecible y anárquico como buen genio, Ronaldinho dio coletazos de magia, vivió glorias efímeras con Milan, Fluminense y Atlético Mineiro. Pero parranda a parranda, quienes nacimos en los 80 tuvimos que hacernos a la idea de que el ícono de nuestros tiempos no pasaría de ser un ilustre mortal, el mejor durante apenas dos o tres años en la historia del futbol. Aunque nuestros mecanismos de defensa nos orillen a negarlo, en el fondo tuvimos que admitir que con menos magia y más disciplina, mocosos de otra generación, más chicos que nosotros (Messi y Cristiano) le comieron el mandado de la posteridad.