Se deberá al romanticismo propio de la infancia. Será que en esa época el acceso al futbol internacional se limitaba a los goles de España e Italia que pasaban por Acción los domingos en la tarde. O puede ser, como creo yo, que esto de los torneos cortos es un atentado a la memoria histórica que le debemos a cualquier campeón.
1987: Las Chivas del Yayo. 1988 y 89: El América de Zague. 1990: El Puebla de Aravena. 1991: Los Pumas de Campos. 1992: El León de Tita. 1993: El Atlante de La Volpe, 1994: Los Tecos de Donizete. 1995 y 96: El Necaxa de Lapuente… Hasta entonces resulta imposible titubear al vincular temporadas con clubes.
Luego la liga se devaluó con Inviernos, Veranos, Clausuras, Aperturas, Bicentenarios, estrellitas por doquier sobre los escudos de Pachuca y Toluca… Un mar de 29 campeones, la mayoría de los cuales se coronaron por descarte. Clubes con supremacías tan endebles que cinco meses después no lograron revalidar sus títulos, salvo Pumas 2004 (…y de churro). ¿Quién ganó el Clausura 2000? ¿Quién fue campeón del Apertura 2003? ¿Y del Clausura 2003 que, contrario a cualquier ley gramatical se jugó antes? En definitiva, esto se volvió un cochinero fielmente retratado cada que un ejército de reporteros, anunciantes y demás gente sin qué hacer e indigna de pisar el mismo césped que los campeones, se encarga de ensuciar el momento supremo: la celebración.
Entre tanto manoseo de Copas ofertadas al 2 x 1, el único equipo que marcó una época fue el Toluca de Meza 1998 – 2000. Nunca fue bicampeón, pero siempre mantuvo el liderato general en base a ganar, golear y gustar. Este Monterrey, tras 18 meses en los que logró dos títulos y un superliderato, amaga con recuperar la palabra “dinastía” para nuestro pequeñito Larousse ilustrado, y colocarla justo entre los términos “diminuto” y “dinero”: tan útiles para definir a nuestro futbol.
Un año y medio no basta. El dominio rayado deberá extenderse hasta la saciedad. Ojalá. Todo futbol requiere de equipos de respeto… aunque sea uno solo.