Ni siquiera tuvo que recurrir a un jalón, a una patada o a una protesta. Se limitó a retrasar el cobro de una falta al minuto 90. Todo un dandi.
Con la eliminatoria resuelta, Rafa Márquez provocó la acumulación de tarjetas. Hoy no estará en Munich, pero a cambio jugará las semifinales sin condicionantes: una oda al compromiso. Es el Márquez de los pases de 50 metros al pie, el de las anticipaciones oportunas, el de las barridas milimétricas. Titular base en el equipo más bello de los últimos tiempos.
El tema es recurrente en cine y literatura, y a pesar de brillantes esfuerzos (Dr. Jekyll y Mr. Hyde, El club de la pelea…) nadie como él ha expuesto con semejante precisión los avatares de la dualidad humana.
Viajar 22 horas le da güeva, jugar en San Salvador le causa poco menos que urticaria y aunque es el único privilegiado que no comparte cuarto durante las concentraciones, ducharse al lado de Luisito Pérez luego de entrenar le resulta muy poco estimulante.
Entonces se pone en plan cremoso, se permite distracciones que nunca le perdonarían en su club y se transforma en un defensa cochino. Su relación con la selección es enfermiza, perjudica a ambas partes y debería cortarse por lo sano.
Rafa tiene 30 años: la edad justa para renunciar al Tri. Ejemplos de figuras que se han retirado prematuramente de su selección están al alcance en los cuatro puntos cardinales. En el pasado y en el presente. La mayoría de ellos regresa para jugar el Mundial, y son tan buenos que para entonces no hay quien se los eche en cara.
La popularidad de Rafa no caería… básicamente porque ya está por los suelos. Además, en este país Oswaldo Sánchez, Omar Bravo y Memo Ochoa son los auténticos ídolos. La selección no le debe nada a Márquez, y él tampoco está en deuda con la selección. A mano, pues.