La gente del mundo se divide en dos. De un lado estamos los tontos: quienes ansiamos que ya vea luz la vacuna que sea el principio del fin del caos en el que se ha sumergido esta tierra, que damos por cierto es redonda y cuyo máximo exponente balompédico es Lionel Messi, al que guardamos una devoción que al resto provoca náuseas. Esos que son tan tontos como nosotros, pero se creen listos. Compartimos tiempo y espacio, pero la tierra que ellos habitan es plana pues no se dejan engañar tan fácil, según presumen. El chip que irá integrado a la vacuna que tanto reclamamos les parece una conspiración tan obvia como la mediocridad de Messi.
Para nosotros los tontos siempre había sido sencillo justificar cómo al que consideramos el mejor futbolista de todos los tiempos (“nuestros tiempos” es el matiz que utiliza la rama más conservadora) no ganó nada con su selección mayor. En Argentina nunca tuvo el contexto adecuado. El hombre pisó la luna y hay demasiadas evidencias. Fin de la polémica.
Con un poco de suerte, al paso de los años la Argentina de los Dybala, Icardi, Lamela, Correa, Paredes y Ocampos podría ofrecerle las soluciones que no encontró en sus contemporáneos Di María, Agüero, Tévez, Higuaín, Pastore y Banega. Argentina, tarde o temprano, se parecerá a lo que encuentra Messi en el Barça, pensábamos. Y así fue. Con el detalle de que fue el Barcelona de Griezmann, Coutinho, Suárez, ter Stegen, Dembelé y de Jong quien se convirtió en la nueva e impotente versión multinacional albiceleste.
Al asterisco de no poder guiar a dos generaciones del futbol argentino ni siquiera a la consecución de alguna de las cinco Copas América disputadas, ya no hablemos del Mundial; ahora hay que agregar el inaudito hecho de haber jugado apenas una final de Champions League desde la conquista en 2011. Cuando ganó en Wembley, Messi tenía 23 años. Desde entonces nada más volvió a la edición de 2015 en Berlín.
Ni Tito, ni Tata. Ni Valverde, ni Setién. Ni Basile, ni Bauza. Mucho menos Maradona. Ni Sabella, Sampaoli o Scaloni. Diez entrenadores han fracasado en canalizarle equipos ganadores como el construido por Guardiola, con Xavi e Iniesta de represas; o Luis Enrique, con Suárez y Neymar como esclusas.
Los negacionistas, que tan difícil lo tenían hace seis años para ningunear a Messi seguirán de enhorabuena. El argentino desperdiciará un año más de lo que le queda de carrera en un club que, encima de ser incapaz de darle lo que merece, ahora le niega como retribución a los cada vez más lejanos buenos tiempos, la libertad de buscarse un sitio mejor, donde pueda ponerse al día con las dolorosas cuentas.